La forma es siempre, de un modo insuperable, el lugar de la teofanía de los dioses. En este punto, Schelling tiene razón frente a Hegel, como autorizadamente afirma Hans Urs von Balthasar en su Estética Teológica. Por ello, añade, es preciso diferenciar y fijar la significación teológica de los sentidos y se pregunta: ¿Qué es ver, oír, gustar, etc. en asuntos de fe? Este interrogante nos sitúa ante uno de los campos más apasionantes en la percepción y en la búsqueda de lo divino por parte de la persona humana. Y en este camino nos queremos adentrar en las jornadas que iniciamos hoy.
Señoras y señores, buenos días. Permítanme en primer lugar darles la bienvenida, significar nuestro orgullo por acogerlos en Ourense.
Ourense, a quien don Eduardo Blanco Amor denominaba «Auria».
Cada vez que hablo de esta ciudad hechizada, viene a mí —ignoro el motivo— el magno Valle Inclán. Repito, ignoro el motivo. Tal vez porque el genio pronunciara una sentencia que a menudo utilizo para referirme a mi ciudad: «Las cosas no son cómo las vemos sino cómo las recordamos». Y Ourense es una ciudad para recordar.
Como coordinador de este I Congreso Internacional de Arquitectura Religiosa Contemporánea «Arquitecturas de lo sagrado: memoria y proyecto», y con el fin de que todos aquellos que no estén familiarizados con el tema del congreso puedan situar convenientemente las distintas intervenciones que se harán a lo largo de estos tres días, creo que me corresponde hacer una introducción general. Por esta razón, el carácter de mi ponencia va a ser esencialmente panorámico. Pienso que, de esta forma, será más fácil entender la problemática que nos ocupa y hacerse una idea cabal de lo que se discutirá durante los tres próximos días.
He dividido mi intervención en tres partes. En primer lugar, introduciremos algunos conceptos básicos que conviene tener en cuenta antes de comenzar a hablar de arquitectura religiosa. A continuación, pasaremos revista a lo que ha ocurrido hasta ahora en este campo. Y, finalmente, veremos qué líneas de trabajo se están siguiendo en la actualidad.
Es una especie de fenómeno. Desde hace unos veinticinco años, en Alemania —y también en toda Centroeuropa y gran parte del sur de Europa— se construyen cada vez menos iglesias, y sin embargo el debate sobre la construcción de iglesias no se ha interrumpido, incluso se ha reforzado. Esto responde, seguramente, a varios motivos.
Hace pocas semanas ha aparecido en el mercado literario alemán la reedición de un libro publicado por primera vez hace cuarenta y siete años: «Kirchenbau. Welt vor der Schwelle» (La construcción de iglesias. El mundo ante el umbral). La editorial lo está promocionando diciendo que la obra fundamental del famoso arquitecto Rudolf Schwarz está de nuevo disponible.
Pero antes de mencionar ejemplos de la arquitectura religiosa en Alemania quiero adelantar algunos pensamientos teológicos al respecto. ¿Qué es una iglesia? ¿Qué cosas la componen? ¿Qué la determina?
Después de las dos intervenciones de esta mañana, se impone que haga algún tipo de reflexión, y lógicamente las palabras que voy a decir ahora, en mi propia intervención, de alguna manera iniciarán la polémica que espero que continúe después, en la mesa redonda. Pero no podía ser menos, dado que algunas de las afirmaciones que se han hecho chocan claramente con mi concepción de lo que es la arquitectura sacra. Eso es lo bueno de un congreso: que se exponen todo tipo de opiniones y se trabaja para llegar a consensos y para enriquecer, pues, las propias apreciaciones personales.
Me gustaría compartir con ustedes algunas de las propuestas que he hecho yo, aunque ninguna de ellas sea ejemplar. Tienen la ventaja de su propia realidad: han sido construidas, han sido posibles y en el camino se han dejado muchos ideales y muchas intenciones. Seré crítico con ellas en lo que me corresponde a mí y en lo que no me corresponde, pero puede que nos sirva a todos nosotros para reflexionar un poco sobre estos nuevos espacios.
Creo que es muy positivo que se hayan generado cuestiones polémicas, preguntas, inquietud. Desde luego, mi intervención no tenía otra finalidad que abrir completamente el abanico de los problemas que se están trabajando en la actualidad, al hilo de las cuestiones que se han venido tratando a lo largo del siglo XX y también a partir de unas definiciones —que he intentado que fueran muy precisas— de lo que se entiende por sacralidad, por liturgia y por iglesia. A partir de ahí, queda abierta la posibilidad del diálogo y de las discusiones.
Yo he dicho en mi intervención que tanto los arquitectos como los liturgistas actuales —no recuerdo si lo dije así, tan claro—, cada uno en su campo es hijo de una revolución, es decir, de un movimiento que ha hecho una petición de principio sobre una determinada disciplina y se arroga a sí mismo la verdad absoluta. Es muy difícil que posiciones intelectuales como éstas lleguen a entenderse. Por eso es tan difícil el diálogo entre los arquitectos modernos y los liturgistas actuales.
Han transcurrido diez años desde que la Conferencia Episcopal Italiana abrió el camino a una importante operación cultural —concretamente para promover la calidad arquitectónica en el campo de la edificación eclesiástica— que, sin duda, repercutirá sobre la calidad de la arquitectura en general. Se ha tratado de una iniciativa que no tenía ningún precedente en la historia de la Iglesia en Italia y que, según creo, tampoco tiene parangón en ninguna otra parte del mundo.
El Consejo Episcopal Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana —de ahora en adelante usaré el acrónimo CEI— toma, en la primavera de 1997, la decisión de promover cada año tres concursos para proyectar otros tantos complejos parroquiales, uno por cada área geográfica —norte, centro y sur— del territorio nacional. El concurso «Progetto Pilota» —así fue bautizada la iniciativa— nacía con el objetivo de estimular —pilotar, precisamente— a las 226 diócesis italianas para que proyectasen y realizasen con mayor competencia y cuidado las iglesias y los edificios destinados a la actividad pastoral.
Con esta iniciativa, la CEI ha intentado llamar la atención de las diócesis sobre algunos puntos problemáticos fundamentales.
La oportunidad de un encargo hecho hace unos meses por el Colegio de Arquitectos de Almería en su colección de Archivos de Arquitectura para estudiar una obra de Miguel Fisac, la iglesia parroquial de Santa Ana, me permitió una profunda investigación en la Fundación Miguel Fisac, algunos de cuyos frutos me gustaría compartir aquí hoy.
No obstante, debo confesar que para mí la explicación de la obra de Miguel Fisac no puede ser si no el acercamiento al trabajo de un amigo, de un ser profundamente humano y ejemplar. Cuando en 1997, entre los numerosos reconocimientos que jalonaron los últimos años de la vida de Miguel Fisac, le fue otorgado el Premio Antonio Camuñas de Arquitectura, el jurado encargado de concedérselo valoró como una de las razones de mayor peso sus aportaciones en el terreno de la arquitectura religiosa.
Cuando Le Corbusier vio el terreno de Firminy y el problema se le reveló con claridad, volvió con determinación al dispositivo espacial que había desarrollado en la iglesia de Tremblay, de 1929. Todo parte de este concepto: «girar en torno» a un prisma vertical de base cuadrada y colocar el altar en el eje. Se crea así una atmósfera única. Le Corbusier comienza a investigar con la misma visión estética que venía elaborando ininterrumpidamente desde los años treinta. Pero aunque el problema funcional está presente, en casi todos sus proyectos el problema del descubrimiento del objeto se completa mediante ese girar en torno a dicho objeto; se vinculan así todos los alzados del proyecto, y finalmente se entra dentro, hacia el segundo descubrimiento, el del espacio interno.
Con esta comunicación, en cuyo centro están dos personalidades religiosas de gran prestigio, intento contribuir a la maduración de la conciencia histórica de cuanto ha sucedido en el área católica en la primera mitad del siglo XX, en torno al tema del arte y de la arquitectura directamente relacionados con la liturgia, conectadas por lo tanto con la amplia renovación teológica, litúrgica y cultural que ha atravesado el mundo católico y que ha desembocado, entre 1962 y 1965, en el Concilio Vaticano II. El espacio temporal al que aquí me refiero comprende el periodo entre las dos guerras mundiales y algún acontecimiento del primer decenio siguiente a la segunda.
Asimismo, en la brevedad de las reflexiones que este congreso permite, mi contribución se ha estructurado a partir del empeño, ya improrrogable, de dar paso a la historificación de un proceso todavía demasiado poco conocido, que a menudo ha sido recuperado sólo en términos de alineamiento militante, a favor o en contra de sus características y de las contingencias del momento histórico, circunstancias y opciones en medio de las que ha visto la luz.
Lo que yo considero como más significativo en este proyecto, como más influyente, es un debate que existe hoy sobre el espacio de la iglesia. Y cuando digo hoy digo después del Concilio Vaticano II. Porque las cuestiones significativas de la liturgia que afectan al espacio de la iglesia están en un periodo de una cierta inestabilidad o incertidumbre. Yo noté la existencia de una primera fase en la que lo preponderante en la mayor parte de los proyectos realizados es un sentido de unidad de la asamblea con los celebrantes y una buena visibilidad: un espacio democrático, por decirlo así. Y las soluciones fueron tendiendo hacia un anfiteatro. Lo que me parece que dominó esa primera fase de respuesta a las modificaciones conciliares fue la consideración de la iglesia como un auditorio. Y ahí, me parece —en fin, para mí manera de ser, para mi sensibilidad— que se perdió algo de la atmósfera de una iglesia que es difícil de apagar, porque procede de siglos de realizaciones. Por un lado ocurre que los edificios históricos, los maravillosos edificios históricos, ya no sirven mucho para el proyecto posterior al Concilio Vaticano II; pero desde mi punto de vista, no se puede perder todo eso.
La capilla del Santísimo de la Catedral de Mallorca ocupa el ábside lateral derecho de su cabecera. Es de traza gótica y pertenece al núcleo más antiguo de la fábrica catedralicia, procedente del siglo xiv.
La reforma realizada por el artista Miquel Barceló entre los años 2001 y 2006, es decir, desde la aprobación del proyecto hasta su finalización, ha consistido en la creación de una pared cerámica policromada de aproximadamente 300 m2, que cubre casi la totalidad de los muros arquitectónicos. Además, cinco vitrales de doce metros de altura con tonalidades de grisalla, y un conjunto de mobiliario litúrgico realizado en piedra de Binissalem y compuesto por altar, ambón, silla presidencial y dos bancos para el coro ferial, completan la intervención.
El resultado de todo este proceso creativo es un retablo escenográfico que se configura en torno a un tríptico de cerámica con tres frescos y dos cuevas. El mar, la tierra y la humanidad central. Las grutas marinas, replicantes de la arquitectura de trompas, marcan la conexión del circuito escénico como simulacro, como segunda piel.
Abordar la relación existente entre arquitectura religiosa contemporánea y ciudad nos parece algo francamente necesario para comprender mejor cada una de estas realidades, así como sus mutuas interacciones. Siempre he tenido el convencimiento de que no hay arquitectura sin urbanismo, ni éste sin historia. Y si algo caracteriza a la arquitectura religiosa contemporánea es que, de hecho, se construye mayoritariamente para las ciudades. En efecto, una de las principales causas de la construcción de nuevos templos es el crecimiento demográfico y, por ende, el desarrollo de los núcleos de población, generalmente urbanos. Pero mi preocupación por este aspecto va más allá del mero dato. Por ello quiero reflexionar en este trabajo acerca de lo que supone hoy una iglesia contemporánea en la ciudad, en un barrio nuevo o incluso en la ciudad histórica, sobre su relevancia y sobre los retos que se plantean.
Esta comunicación pretende establecer los fundamentos de la particular poética con la que el arquitecto Rodolfo García-Pablos y González-Quijano (Madrid, 1913/2001) se enfrentó a la compleja tarea de la construcción de iglesias durante tres décadas.
Una vez admirada la sutileza y fuerza de sus propuestas de los años sesenta, me planteo la siguiente pregunta: ¿qué ha ocurrido para que las lecciones de este arquitecto en el campo de la arquitectura religiosa hayan pasado tan desapercibidas? Se trata de plantear la dificultad para resolver los problemas que genera hoy en día la construcción de iglesias, de analizar su forma de definir atmósferas y espacios, estudiar su manejo de los materiales y de las técnicas constructivas —condicionados por la disponibilidad económica— y analizar la integración artística desarrollada en un ámbito de geometrías simples. Se trata de reflexionar acerca de la libertad del arquitecto para establecer su propia síntesis personal, tanto en el conjunto de su obra religiosa como en el estudio de una obra concreta: la iglesia parroquial de los Sagrados Corazones en Madrid.
El análisis que haré de la renovación de la arquitectura religiosa en Portugal durante el siglo XX es uno de los muchos modos posibles de enfrentarse con este tema. Partiré de un arquitecto, Nuno Teotonio Pereira y de tres obras, tres iglesias que él proyectó. Pienso que es un punto de vista posible, que refleja bien la intención y el fuerte deseo de cambiar la arquitectura religiosa que existía en Portugal, también por ser el primer intento serio que se hizo, digamos, en el ámbito de la segunda modernidad. La primera modernidad, que se desarrolló durante los años veinte y treinta, tiene en Portugal algunos ejemplos de este tipo, pero son pocos. En una segunda oleada, durante los años cuarenta y cincuenta, aparece Nuno Teotonio Pereira, un joven arquitecto que obtiene el título en 1948 y ya en 1949 proyecta un templo que es muy significativo de esta voluntad de cambiar la forma de proyectar y construir iglesias.
«Deus quer, o homem sonha, a obra nasce», escribió Fernando Pessoa. Y —prosigo yo sus eternas palabras— así se hace Historia.
Tejida con mil hilos de sueño y amor os traigo hoy la historia de un edificio olvidado en el tiempo, perdido más allá de las montañas, que el destino colocó en mi camino y que ahora, orgullosamente, empujo hacia el vuestro. Os hablo de la pequeña capilla de Nuestra Señora de Fátima, construida en el año 1958 en la parroquia de Picote, en Miranda do Douro (Portugal).
Este no es un edificio paradigmático de la arquitectura religiosa portuguesa; no ha influido en generaciones de arquitectos ni fue objeto de estudios y reflexiones. Tampoco fue el resultado de una divagación profunda sobre el tema. Es sólo un pequeño edificio de culto perdido en los confines del mundo rural que la historia dejó escapar en las curvas del tiempo. Pero sigue siendo incomparablemente bello y verdadero hoy, como lo era en el momento en el que fue levantado.
La vía de la belleza acerca a Dios. Eso es algo sobre lo que muchos han escrito a lo largo de los siglos, y muchos más lo han experimentado en sus vidas.
En esta comunicación voy a tratar sobre el santuario de Torreciudad (Huesca, España), inaugurado en julio de 1975. La belleza del paisaje, de la construcción o de la escultura, la limpieza del recinto y lo cuidado de la liturgia, así como la música del órgano, impresionan hondamente al visitante y al peregrino. Todo esto contribuye a que muchos visitantes se conviertan en peregrinos y acaben teniendo una experiencia personal de Dios.
Me parece que el problema fundamental de la construcción de iglesias no es tanto el cumplimiento de la liturgia, que debe darse por supuesto, sino la capacidad de evocación del misterio: la convicción de que en esos edificios particulares —que por eso se hacen sagrados— habita Dios, habita físicamente Dios. Y esa certeza ha de conducir a trabajar de una manera especialmente cuidadosa. Yo creo que cuando uno recibe a alguien en su casa, y se trata de alguien a quien se valora, alguien importante, uno la limpia todo lo que puede, hace los arreglos que tal vez lleve tiempo sin hacer. Creo que con esa actitud de una cierta humildad, si queréis, que también reclama la excelencia —lo veíamos en ejemplos que han salido estos días, incluso esta misma mañana—, es con la que ha de plantearse el futuro, que es la última parte del título de la mesa redonda.
De forma breve quisiera apuntar unas ideas —cinco, en concreto— sobre arquitectura religiosa contemporánea. Las pocas imágenes que he traído para apoyar esta mínima intervención son de una arquitectura no construida: el proyecto de la catedral anglicana de Coventry, del que son autores Alison y Peter Smithson (1950/51). Unos arquitectos, cuya obra y, sobre todo, cuyo pensamiento son capitales en el desarrollo de la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX, y con los que las historiografía de la arquitectura moderna, por cierto, también tiene un deuda, además de con la arquitectura religiosa. En estas imágenes de la no construida catedral de Coventry se recogen de manera muy directa y muy intensa —como es característico en la obra de estos dos arquitectos británicos— estas cuestiones que, entiendo, son claves en la relación de la arquitectura moderna y contemporánea con la arquitectura religiosa.