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El mundo en el que nació la cooperación internacional ha cambiado sustancialmente. Sin embargo, y aunque la agenda del desarrollo y de la ayuda internacional ha experimentado cambios de envergadura, no han sido suficientes para avanzar en respuestas colectivas y justas ante los retos globales actuales. Es paradójico que cuando más necesarios son los esfuerzos de cooperación, colaboración y solidaridad, la cooperación al desarrollo esté atravesando por una profunda crisis de legitimidad, de resultado y de identidad. El actual reto ineludible del sistema es el de transformarse plenamente frente al riesgo de convertirse en una política completamente irrelevante, o bien, de perder su carácter distintivo. Las transformaciones que necesita la cooperación al desarrollo trascienden los cambios en el sistema de medición de la ayuda, y enfatizan la necesidad de abordar un profundo debate en torno a sus orientaciones y objetivos, las relaciones de poder que se establecen entre países y actores, o las normas, los instrumentos y los procedimientos que le son propios (Alonso, Aguirre y Santander, 2019; de la Cruz, 2015; Martínez, 2019; Pajarín, 2021; Ramos, 2024; Unceta, Martínez y Goiria, 2021; Zabala y Martínez, 2017).
En este contexto, resultan de especial interés las propuestas de cambio que apuntan a fortalecer el papel de la cooperación internacional en la conformación de un nuevo marco de justicia internacional, así como su contribución a la transición hacia modelos de producción, consumo, organización y convivencia global alternativos (Martínez, 2019) centrados en la justicia social, la justica de género, racial y ambiental. Desde esta perspectiva, se hace necesaria una exploración y una apuesta más contundente y sistemática por fórmulas de Educación para la Ciudadanía Global o para la Justicia Global. Los feminismos y en concreto, la educación feminista transformadora, se constituye en la brújula imprescindible en ese proceso. Un nuevo modelo de cooperación internacional ha de orientarse hacia las causas estructurales de las desigualdades y de las vulneraciones de derechos, así como a la generación de ciudadanías críticas, responsables, con conciencia y lazos globales. De nuevo, el proyecto emancipatorio feminista como experiencia de movimiento social de incidencia con vínculos globales y, a la vez, con propuestas de transformación que parten de los saberes y las experiencias cotidianas y localizadas, se vuelve el eje de un cambio verdaderamente transformador (Pajarín, 2022)