Echar la vista atrás buscando indicios sobre otras maneras de hacer puede convertirse en sustento de voluntades reaccionarias y nostálgicas. Por ello, la objetualidad del término “campo” ha de complementarse con un devenir otro, cualidad primigenia del paisaje donde toda potencial relación es aún posible, devolviéndole a la realidad una hermenéutica constructiva. Del mismo modo, no es menos cierto que la imperante necesidad de reimaginar el mundo y nuestra relación con él debe atender a los gestos que hasta ahora lo han moldeado. En su globalidad descentralizada, se invita a navegar diversas latitudes en busca de otras formas de integrar el reconocimiento de la azarosa continuidad del mundo para imaginar y reimaginar arquitecturas y paisajes otros. Desde Francia con un joven Michel Serres hasta la Isla de Teshima y el Museo de Arte de Ryue Nishizawa, se proponen algunas consideraciones para reformular la relación del “campo” con la práctica contemporánea.
La colonización del paisaje rehabitado de la Universidad Flotante de Berlín la inicia el colectivo Raumlabor en 2018 para la creación y experimentación de un espacio social. Utilizan el cuidado y reparación de una infraestructura de recogida de agua y proponen unos objetos desmontables para producir un hábitat y bienestar obtenido por la interacción cualitativa con el medio, no sólo como mera necesidad social, añadiendo programas desde una diversidad e individualidad interconectadas.
Se pone en crisis los antiguos modelos de uso del suelo que se sustituyen por nuevos sistemas híbridos en donde existe un acuerdo flexible entre ciudad y naturaleza. El proyecto de la Universidad Flotante de Berlín utiliza unas herramientas que expresan la manifestación fugaz de lo diverso, para imaginar y crear nuevas formas de vida. Abren la puerta a las enormes posibilidades de una nueva planificación y gestión del suelo desde el cuidado, que se aleja de la oposición entre campo y ciudad para conseguir un nuevo valor social.
En su definición más simple, el paisaje del desierto responde al vacío y la inmensidad, siendo atributos antagónicos a los que define la naturaleza humana. El poblado para trabajadores de la central nuclear de Zorita, situado en la región desértica de la Alcarria, nos ofrece respuestas al problema de habitar y asentar de manera temporal a un grupo reducido de moradores en la infinidad del desierto. En este ensayo nos introducimos en la piel del arquitecto madrileño Antonio Fernández Alba para explorar desde la disciplina de la profesión las estrategias que utiliza en este proyecto, olvidado y deshabitado desde 2006, para conformar un lugar habitable en este tipo de paisaje. Una de las estrategias principales es la construcción de una suerte de oasis que contrasta social y climáticamente con el paisaje del desierto.
El artículo presenta la huerta de Alicante, un paisaje de regadío tradicional al borde de la desaparición, y una investigación basada en la práctica con el proyecto ‘Camins de l'Aigua’. En este proyecto de arquitectura del paisaje, hemos utilizado herramientas gráficas y narrativas para reconstruir un imaginario que haga deseable nuevamente la tarea de gestión del agua, pero de formas diferentes. Explicamos cómo hemos evitado los peligros de la nostalgia asociados con la promoción de paisajes patrimoniales mediante el uso de las teorías de las académicas feministas Donna Haraway y Rosi Braidotti, específicamente la fabulación especulativa y las cartografías afirmativas. La primera nos ayudó a mejorar la técnica de las narrativas de lo más-que-humano que encontramos en el campo. La segunda nos ha permitido activar el potencial crítico del paisaje incluso en un contexto de promoción turística y cultural, manteniendo una ética afirmativa.