Un círculo inscrito a mano. Transformación litúrgica y arquitectónica en la parroquia de la Santa Cruz del Pedregal

A Circle Inscribed by Hand: Liturgical and Architectural Transformation in the Parish Church of Santa Cruz del Pedregal

 

Gabriel Villalobos Villanueva · Universidad Nacional Autónoma de México · gabriel.villalobos@fa.unam.mx · https://orcid.org/0000-0002-8855-3309

 

Recibido: 28/11/2025

Aceptado: 18/12/2025

 

RESUMEN

La iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal, en la Ciudad de México, es un notable ejemplo de la transformación de los espacios sacros católicos a mediados del siglo XX. Las modificaciones al proyecto original de José Villagrán por parte de Antonio Attolini manifiestan no sólo una reinterpretación de la arquitectura moderna, sino también la sensibilidad de los Misioneros del Espíritu Santo a las influencias del Movimiento Litúrgico. A partir de material de archivo inédito y testimonios orales, este estudio ilumina los factores que intervinieron en dichas modificaciones, destacando el papel decisivo de Pedro Corona M.Sp.S y otros sacerdotes y artistas. Un plano de Villagrán sobre el que se realizaron marcas a mano revela la transformación del proyecto como un diálogo entre generaciones arquitectónicas y tradiciones litúrgicas. Así, la historia de la Santa Cruz revela la convergencia de arquitectura, arte, liturgia, espiritualidad y vida comunitaria.

PALABRAS CLAVE

Antonio Attolini, arquitectura católica moderna, Misioneros del Espíritu Santo, renovación litúrgica, México.

ABSTRACT

The Parish Church of Santa Cruz del Pedregal in Mexico City is a prime example of the transformation of Catholic sacred spaces during the mid-20th century. Antonio Attolini’s modifications to José Villagrán’s original design reveal not only a reinterpretation of modern architecture but also the sensitivity of the Missionaries of the Holy Spirit to the influences of the Liturgical Movement. Based on unpublished archival material and oral testimonies, this study sheds light on the factors that led to these modifications, highlighting the decisive role of Pedro Corona M.Sp.S and other priests and artists. A plan by Villagrán with handwritten notes reveals the transformation of the project as a dialogue between architectural generations and liturgical traditions. The history of this project thus reveals the convergence of architecture, art, liturgy, spirituality, and community life.

KEYWORDS

Antonio Attolini, Liturgical Renewal, México, Missionaries of the Holy Spirit, Modern Catholic Architecture.

 

Introducción

La iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal constituye un hito en la arquitectura religiosa moderna en México y uno de sus ejemplares más emblemáticos. Es reconocida no sólo como pieza integral de la urbanización del Pedregal de San Ángel, al sur de la Ciudad de México, sino principalmente por sus cualidades espaciales y artísticas (Fig. 01-02). Su sobria expresividad es característica del trabajo de Antonio Attolini Lack y de la generación que dio un carácter distintivo a la arquitectura mexicana de mediados del siglo XX. En palabras de Jorge Vázquez del Mercado (2012), en esta iglesia

Attolini introduce los valores que definirán su producción subsiguiente: manejo del espacio y de la luz, comprendiendo en sus composiciones que el vacío coexiste con la masa que lo contiene, complejidad y sencillez, esencialidad y monacalidad, cierta religiosidad y alegría intensa se percibe desde el atrio hasta el interior de la iglesia, que es sobresaliente en todos sus componentes.

Como el mismo Attolini reconoció ampliamente, el proyecto marcó un parteaguas en su trayectoria y es fundamental en el estudio de su obra.

Fig. 01-02. José Villagrán García (proyecto original), Antonio Attolini Lack (proyecto final), iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal, Ciudad de México, 1955-68.

La iglesia también es famosa en el ámbito católico de la ciudad por la calidad de sus celebraciones litúrgicas, que atraen a feligreses más allá del territorio parroquial. Tal calidad es resultado del carisma de la congregación a quien está encomendada —los Misioneros del Espíritu Santo— así como de la misma arquitectura. La posición central del presbiterio, que integra magistralmente altar, ambón, sede y sagrario en una composición frugal pero contundente, y en torno al cual se dispone la feligresía en forma de abanico, hace de éste un espacio característicamente postconciliar (Fig. 03). La sobriedad plástica ya mencionada es conducente a un ambiente de contemplación y silencio que hace eco de la espiritualidad que caracteriza a los Misioneros.

 

Fig. 03. Vigilia Pascual en la Santa Cruz del Pedregal (30 de marzo de 2024).

A pesar de todo ello, resulta sorprendente que los pormenores de este proyecto aún no se hayan investigado a fondo. Su popularidad hace que con frecuencia aparezca en medios no especializados en internet y redes sociales y, como ocurre asiduamente con la divulgación de la arquitectura, lo que no se sabe se especula. En la bibliografía académica existente se aborda de manera somera, mencionando sólo datos generales. Se relata que el proyecto original del renombrado arquitecto José Villagrán García fue retomado y modificado por Attolini, concluyéndose la obra en 1968. Ninguna fuente explica la razón de este reemplazo (algunos autores incluso difieren en cuanto a las fechas), las particularidades de dichas modificaciones al proyecto ni, de manera notable, la injerencia de los Misioneros del Espíritu Santo en todo el proceso.

Ya la edición pasada del Congreso Internacional de Arquitectura Religiosa Contemporánea convocaba a dirigir la mirada hacia los comitentes de la arquitectura religiosa del último siglo. En palabras de Esteban Fernández-Cobián (2023, V):

En los últimos tiempos, se ha empezado a poner de manifiesto el rol central que el comitente juega en el proceso de ideación, diseño y ejecución de un espacio para el culto. (...) Su relación con el arquitecto como técnico encargado de redactar un proyecto y supervisar la ejecución de las obras, no ha sido un tema al que la literatura académica sobre la arquitectura moderna haya prestado demasiada atención.

Una de las consecuencias de tal omisión es el enaltecimiento del arquitecto (usualmente así, en singular y masculino) como originador único de las ideas y sensibilidades manifestadas en la arquitectura religiosa. En el caso de la Santa Cruz, raras veces se reconoce a los interlocutores y colaboradores de Attolini, quienes influyeron determinántemente en la adecuación del proyecto original a los ordenamientos litúrgicos postconciliares y en sus cualidades plásticas y espaciales.

La otra consecuencia de la exclusión historiográfica del comitente es la percepción del Concilio Vaticano II como un punto de inflexión categórico. Fernando Pérez Oyarzun (2015, 3) sostiene que

es frecuente analizar los cambios en la concepción y construcción de iglesias durante el siglo XX tomando como eje temporal el Concilio Vaticano II y su transcendental reforma a la Sagrada Liturgia. La condición de preconciliar y postconciliar se constituyen así en categorías básicas de análisis respecto de la arquitectura eclesiástica (énfasis en el original).

En realidad, la renovación de la arquitectura, el arte y la liturgia católicos a mediados del siglo XX forman parte de un complejo proceso comúnmente denominado el Movimiento Litúrgico, cuyos orígenes se remontan al siglo anterior y que involucró

una nueva consciencia teológica, una nueva interpretación de las fuentes bíblicas, y significativas modificaciones en la praxis religiosa que expresa una relación nueva entre la fe y el mundo. [...] el Concilio no puede verse sólo como un hecho aislado, después del cual todo cambió (Pérez 2015, 3).

Consecuentemente, resulta imprescindible estudiar los templos católicos modernos a la luz no sólo del desarrollo de la arquitectura durante el siglo XX, sino también de las fundamentales transformaciones teológicas que tuvieron lugar en el seno de la Iglesia Católica, así como de la relación de esta institución con ámbitos como el social, el político y el económico. Como han señalado los historiadores de la arquitectura Renata Hejduk y Jim Williamson (2011), la disciplina aún carece de una visión integral que examine su confluencia con la religión, particularmente con respecto a la arquitectura moderna y contemporánea. Esta visión implica comprender las decisiones de los arquitectos en diálogo con las motivaciones teológicas e institucionales de los actores eclesiales involucrados, y atendiendo también factores externos a los proyectos.

Con estas consideraciones, el presente estudio busca arrojar luz sobre las circunstancias eclesiales, urbanas y sociales bajo las que se inició y modificó el proyecto de la Santa Cruz del Pedregal, poniendo particular énfasis en el papel de los comitentes. Para ello, se ha echado mano de fuentes inéditas que han permitido conocer pormenores y esclarecer interrogantes: el archivo documental y fotográfico de la parroquia, el Archivo Histórico de los Misioneros del Espíritu Santo, los fondos de Villagrán y Attolini resguardados en el Acervo de Arquitectura Mexicana de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, una conferencia dictada por Attolini a finales de los 1990, así como entrevistas con sacerdotes y feligreses que han sido miembros de la comunidad parroquial desde sus inicios. Es imprescindible agradecer la generosidad de quienes han apoyado esta investigación permitiendo el acceso a dichas fuentes y compartiendo sus testimonios. [1]

El contexto histórico y urbano

La historia de la Santa Cruz del Pedregal no puede contarse desvinculada de la de Jardines del Pedregal, un proyecto residencial que se convirtió, junto con la Ciudad Universitaria de la UNAM, en icono de la modernización urbano-arquitectónica de la Ciudad de México durante los primeros períodos presidenciales del refundado Partido Revolucionario Institucional (PRI). El fraccionamiento comenzó a desarrollarse a finales de la década de 1940 por Luis Barragán, Carlos Contreras y los hermanos y promotores inmobiliarios Luis y José Alberto Bustamante. Gracias a sus estrategias publicitarias y a la participación de arquitectos como Attolini, Francisco Artigas y José María Buendía, este conjunto supuso la asimilación del Estilo Internacional para la vivienda unifamiliar de una clase media-alta abierta a las influencias extranjeras (Pérez-Méndez y Aptilon 2007). Es así que el fraccionamiento y sus casas serían objeto de presunción en publicaciones nacionales y extranjeras, y tendrían presencia en la exposición Latin American Architecture since 1945 organizada en 1955 por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Como parte del conjunto, se concibió la construcción de un templo católico originalmente ubicado en la apropiadamente llamada calle de Iglesia, hacia el límite nororiental de aquél. Dicha ubicación quedaría comprometida en 1954: el tramo inicial de esta calle fue incorporado a la avenida Paseo del Pedregal al modificarse el trazado de los accesos viales. [2] Como se evidencia en un documento de mayo de ese año, la compañía Jardines del Pedregal de San Ángel cedió entonces un terreno ubicado entre avenida de las Fuentes, Cráter y boulevard de la Luz, con una extensión de 5000 m2. A decir del padre Gonzalo Martínez Benítez M.Sp.S., los Misioneros prefirieron esta ubicación más céntrica dentro del fraccionamiento (declaraciones al autor el 01/08/2025). En ese terreno se construyó primero una casa muy sencilla, a la que llegó como capellán del fraccionamiento el padre Luis Cervantes Ibarrola M.Sp.S.

No hay evidencia que precise por qué los Misioneros del Espíritu Santo fueron designados para atender espiritualmente a la naciente comunidad del Pedregal, pero es posible deducirlo de un par de hechos. Esta congregación, fundada en 1914, fue un foco de resistencia a la persecución religiosa que se vivió en México durante la década de 1920, después de la cual se volvió un semillero de vocaciones religiosas. Monseñor Luis María Martínez, arzobispo de México entre 1937 y 1956, era Misionero del Espíritu Santo y mantuvo una relación cercana con los presidentes Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho. Es comprensible, entonces, que esta congregación hubiese sido favorecida no sólo con la encomienda pastoral del novedoso desarrollo urbano, sino también con el proyecto de una capilla para el concurrido escolasticado del Altillo en Coyoacán, fundado en 1949 (al que volveremos más adelante). Así, el 10 de marzo de 1951, Monseñor Martínez concedió a los Misioneros licencia para construir un templo en Jardines del Pedregal, solicitando un proyecto arquitectónico para su aprobación. [3]

El proyecto de Villagrán

En los archivos consultados tampoco se han encontrado documentadas las razones por las cuales se comisionó dicho proyecto a José Villagrán. Se sabe que este arquitecto era pariente político de la familia Bustamante —por invitación de ellos, uno de los inversores del fraccionamiento— y autor de dos casas construidas allí en esa década (Pérez-Méndez y Aptilon 2007). Su proyecto para la iglesia apareció publicado en dos páginas del número 55 de la revista Arquitectura México de septiembre de 1956 (Fig. 04). [4] En la primera página se ofrece una descripción general, ilustrada con una fotografía de la maqueta. La iglesia constaba de una nave central para 800 personas sentadas, con confesionarios a ambos costados y servicios en la parte posterior del presbiterio; una capilla lateral para 125 personas; una nueva casa para los sacerdotes y otro volumen con auditorio, aulas, salas de juntas y guardería infantil (Villagrán 1956). Destaca la solución para la cubierta del templo, formada a partir de armaduras metálicas que soportan una serie de seis techos a dos aguas sucesivamente más altos, rematando en un cono truncado y permitiendo la entrada de luz a través de los espacios entre ellos.

Fig. 04. José Villagrán García, «Iglesia en El Pedregal de San Ángel», Arquitectura México 55 (1956).

En la siguiente página de la revista se presenta una planta general y otra fotografía de la maqueta. La planta muestra la disposición basilical del templo, con una orientación aproximada al nordeste. Se distingue claramente entre el presbiterio, con forma semicircular, y la nave trapezoidal, delimitada por los dos ejes laterales a los que se alinean los pilares inclinados que soportan la cubierta. En el presbiterio sólo se indica el altar, dispuesto ad apsidem. Frente a la iglesia se concibió un gran atrio, que fungiría no sólo como posible extensión de la misma sino como el corazón social de todo el fraccionamiento. [5] Desde el arribo de Luis Cervantes y durante los primeros años de construcción de la iglesia, en este atrio se celebraban misas bajo una lona y con un altar temporal.

Fig. 05. Bendición de la primera piedra de la Santa Cruz del Pedregal (11 de septiembre de 1955).

El 11 de septiembre de 1955, monseñor Martínez bendijo la primera piedra; la construcción avanzó muy lentamente debido a dificultades financieras (Fig. 05-06). En agosto de 1957 se bendijo la capilla lateral, ofreciendo por fin a la comunidad del Pedregal un espacio litúrgico apropiado. No obstante, la numerosa asistencia de fieles pronto obligó el uso del templo aún sin terminar (Fig. 07). En diciembre de 1962 la Santa Cruz del Pedregal se erigió como parroquia, con Luis Cervantes Ibarrola como primer párroco y con jurisdicción sobre un territorio que se extendía mucho más allá de los límites del fraccionamiento. Un documento del año siguiente da cuenta de la rica vida parroquial: nueve misas dominicales y tres misas diarias entre semana, además de confesiones, catecismo, matrimonios y bautismos. A inicios de 1967, por motivos de salud, el padre Cervantes fue relevado por Pedro Corona Montesinos M.Sp.S.; al segundo párroco y a otros sacerdotes que llegaron con él se debe la radical transformación del proyecto arquitectónico, así como el carácter artístico y litúrgico del que hoy goza la parroquia.

Fig. 06. La Santa Cruz del Pedregal en construcción (julio de 1965).

Fig. 07. Celebración litúrgica en la Santa Cruz del Pedregal aún en obra (fecha desconocida).

La renovación litúrgica

Como sugiere el testimonio del padre Martínez, dicha transformación refleja la participación de los Misioneros del Espíritu Santo en el Movimiento Litúrgico en México. Él explica que, desde su fundación, su congregación desarrolló un énfasis litúrgico y una cercanía a lo que él denomina la ‘línea benedictina’, mencionando incluso la estancia de uno de sus primeros miembros en la abadía de Solesmes, en Francia. El mismo Martínez recuerda, como estudiante del escolasticado en El Altillo durante la década de 1950, la circulación de «unas revistas muy importantes de arte litúrgico de Bélgica,» así como la adopción de un rito litúrgico en lenguaje vernáculo, de cara a la asamblea y con canto gregoriano. Menciona también la influencia del monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección en Morelos, fundado en 1950 por Grégoire Lemercier. Este monasterio se volvió notable por su progresista aproximación a la liturgia y por la singular capilla que diseñó fray Gabriel Chávez de la Mora en 1957 (Fernández-Cobián 2025). Martínez posiciona a los Misioneros del Espíritu Santo, junto a los benedictinos, como impulsores de la renovación litúrgica en México durante esa década.

La célebre capilla de Nuestra Señora de la Soledad en el escolasticado del Altillo, obra de Enrique de la Mora, Fernando López Carmona y Félix Candela, y construida entre 1955 y 1957, ha de comprenderse dentro de este marco. La innovadora centralidad del altar puede considerarse como una manifestación del proceso que condujo a las renovaciones enarboladas por el Concilio Vaticano II. La construcción de esta capilla se debe precisamente al padre Corona, quien fue rector de este centro por dos períodos (1954-57 y 1962-67). Ya en 1955, citando la encíclica Mediator Dei de Pío XII (1947), Corona discutía a través de cartas con interlocutores en Roma la posible solución del presbiterio con el sacerdote oficiando de cara al pueblo. En julio de 1964 fue nombrado miembro de la Comisión Litúrgica de la arquidiócesis de México, conformada con base en la constitución Sacrosanctum Concilium promulgada por el Concilio en diciembre del año anterior.

Todos estos antecedentes explican que, al asumir la parroquia de la Santa Cruz del Pedregal en enero de 1967, el padre Corona hubiera procurado una modificación sustancial al proyecto de Villagrán. Como puede comprobarse en el archivo de este arquitecto, su despacho produjo planos para la Santa Cruz hasta el mes de febrero de ese año, incluyendo una planta que, sin modificar la posición o forma del presbiterio, reposicionaba el altar para favorecer la celebración de la liturgia versus populum. El reemplazo definitivo de Villagrán por Antonio Attolini parece haberse dado en los meses subsecuentes, pues el archivo de éste último reúne planos del proyecto a partir de 1968. ¿Villagrán abandonó el proyecto o fue destituido por Corona? En los archivos consultados no hay evidencia documental de este asunto. En cualquier caso, es indudable que la visión del nuevo párroco requería una aproximación arquitectónica diferente a la que ofrecía Villagrán.

La elección de Attolini no sorprende: este joven arquitecto era un devoto católico que gozaba de una relación personal con los Misioneros, y también de renombre entre la comunidad del Pedregal como uno de sus principales arquitectos residenciales. Su numerosa obra estaba conformada mayormente por casas unifamiliares, de un Estilo Internacional muy cercano al de Francisco Artigas y Richard Neutra, como él mismo reconocía. La Santa Cruz del Pedregal sería su primer proyecto de arquitectura religiosa y, como ya se ha dicho, redefiniría su aproximación a la arquitectura. Attolini relata que, antes de aceptar el encargo de Corona, consiguió la anuencia de su anterior maestro para realizar modificaciones a su proyecto. [6]

Un círculo inscrito a mano

Así, llegamos al documento clave de este estudio, perteneciente a los archivos de la parroquia: una copia de la planta de Villagrán con marcas y anotaciones hechas a lápiz (Fig. 08). Es imposible determinar la fecha y autoría de tales marcas, pero podemos suponer que plasman las ideas discutidas entre Corona, Attolini y otros interlocutores (Fig. 09). [7] Quien asía el lápiz dibujó un rectángulo en el centro de la nave, y dentro de éste otro rectángulo más pequeño y sombreado. De esta forma se determinó la nueva posición del presbiterio y el altar. Alrededor de ellos aparece un círculo tenue que, sin embargo, regirá la nueva lógica espacial de todo el templo. Este círculo inscrito a mano no representa ningún elemento arquitectónico, sino más bien una nueva concepción del espacio litúrgico en el catolicismo. En palabras del padre Martínez, Attolini no habría podido rediseñar el presbiterio de la Santa Cruz sin la dirección de Pedro Corona (declaraciones al autor el 01/08/2025).

Fig. 08. José Villagrán García, iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal, planta general (fecha desconocida).

Fig. 09. De izquierda a derecha: Pedro Corona M.Sp.S, persona no identificada, Ignacio Díaz de León M.Sp.S, Manuel Arellano M.Sp.S y Antonio Attolini (fecha desconocida).

De estos trazos se derivan sucesivas versiones de la nueva planta (Fig. 10). El presbiterio coloca el altar hacia el centro del espacio y fomenta la liturgia versus populum. El sagrario se ha removido del altar y se ha colocado a un costado, dentro del presbiterio. El ambón y la sede se ubican hacia el ábside; la pila bautismal, en un momento propuesta al frente del presbiterio, terminó en una posición trasera y lateral. Dos muros curvos de piedra se insertan a cada lado del espacio, rompiendo con los ejes impuestos por la estructura; las bancas de oyamel (Abies religiosa) se han dispuesto en trapecios, generando una suerte de abanico en torno al presbiterio. El diseño del piso de loseta de barro acentúa este esquema radial, que converge en una placa de piedra que muestra un ancla con un pez. Un murete curvo, que también enfatiza la disposición circular, remata el techo bajo de la entrada sobre el cual se desplanta el vitral de la fachada.

Fig. 10. Antonio Attolini Lack, iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal, Ciudad de México, 1955-68; planta actual (dibujo del autor).

La simbología religiosa hace presencia en el espacio de maneras implícitas pero contundentes. El muro testero está pintado de amarillo, y en la parte superior muestra un círculo blanco, según el arquitecto, el logotipo de Dios, que también se ha interpretado como la eucaristía y el sol naciente que simboliza el retorno de Jesucristo. Sobre el altar, pende de la cubierta un gran baldaquino circular que emula la corona de espinas de Jesucristo (el característico patrón de prismas ortogonales también se emula en el sagrario y las bardas del atrio). Una cruz de madera de considerables dimensiones domina la composición.

Fig. 11. Herbert Hofmann-Ysenbourg, crucifijo en la capilla del perdón de la Santa Cruz del Pedregal (c. 1968).

Fig. 12. Antonio Attolini Lack, iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal, Ciudad de México, 1955-68; capilla de Guadalupe.

Attolini también adecuó otros espacios de la parroquia al replanteamiento plástico del proyecto. Los confesionarios se albergaron en una nueva capilla del perdón, de planta circular (Fig. 11). Aquí, en sintonía con la espiritualidad de los Misioneros, el sacramento de la reconciliación se lleva a cabo cara a cara en pequeños habitáculos. Los muros encalados con vanos redondeados, así como la luz tenue, dan a este espacio un carácter rupestre, casi cavernoso. En contraste, en la capilla lateral —que ya estaba en funcionamiento— destaca la hosquedad de los muros de concreto aparente (Fig. 12). Se modificó el pequeño presbiterio moviendo el altar hacia el frente e incorporando un sagrario, así como una sede que se volvió uno de los ejemplares de mobiliario más reconocidos de este arquitecto. Tiempo después, una familia de la comunidad donó una imagen del siglo XVI de la Virgen de Guadalupe, que ahora adorna y da nombre a la capilla. Como último detalle, se puede observar que las bancas en este espacio son diferentes a las diseñadas por Attolini para el templo principal; es posible que las primeras hubieran sido producidas aún bajo la dirección de Villagrán.

Fig. 13. Antonio Attolini Lack, iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal, Ciudad de México, 1955-68; detalle de los materiales empleados.

Las aplicaciones plásticas

Como hemos dicho, uno de los aspectos más celebrados de la Santa Cruz del Pedregal es su expresividad plástica, que comúnmente se identifica con el inicio de una nueva faceta en la obra de Attolini. La calidez del oyamel y el barro dialogan con la rugosidad del concreto aparente, el hierro, la piedra de recinto volcánico y la cantera proveniente de Tlalpujahua, Michoacán (Fig. 13). En opinión de Lucía y Perla Santa-Ana Lozada,

la estética de la nave se logra por medio del uso de los materiales y de la luz que ingresa al recinto por medio de los vitrales, todo ello logrando crear una sensación de paz y logrando aislarse del ruido exterior» (2015, 93).

Sin menoscabo de la innegable sensibilidad del arquitecto, es importante mencionar la participación de otros artistas en este proyecto, que contribuyeron a generar una estética artesanal y rústica.

Fig. 14. Manuel Arellano M.Sp.S., vista interior del vitral lateral de la iglesia (1968).

Fig. 15. Manuel Arellano M.Sp.S., vista interior del vitral principal de la iglesia (1968).

El gran vitral que adorna la fachada del templo y el vitral cenital ubicado en uno de los costados son obra del padre Manuel Arellano M.Sp.S., quien llegó a la parroquia junto con Corona en 1967 (Fig. 14-15). Habiendo realizado estudios de arte antes de ingresar a la congregación, Arellano fue otro participante clave en las modificaciones al proyecto. Su obra pictórica y su influencia en la estética que caracteriza a los Misioneros del Espíritu Santo es merecedora de un estudio profundo aún ausente. Por otro lado, las esculturas de la Virgen María y san José con el Niño Jesús, el Cristo crucificado en la capilla del perdón, así como los relieves de la Piedad y la Resurrección en la capilla de las criptas, son obra de Herbert Hofmann-Ysenbourg, escultor alemán radicado en México. Elementos como la pila bautismal, el sagrario, el baldaquino y las bancas fueron fabricados por diversos artesanos bajo la dirección del arquitecto, destacando el trabajo en plata del taxqueño Elías Alvarado (Fig. 16). Attolini también diseñó casullas y objetos litúrgicos, que reflejan no sólo su propia sensibilidad estética sino también la de los Misioneros.

Fig. 16. Elías Alvarado, detalle de la pila bautismal de la Santa Cruz del Pedregal (c. 1968).

Conclusión

Aún con detalles y acabados exteriores pendientes, el 7 de septiembre de 1968, mons. Francisco Orozco Lomelí, obispo auxiliar de la arquidiócesis de México, consagró el templo parroquial (Fig. 17). Ese año marca un punto de inflexión no sólo en la historia de la parroquia, sino también de Jardines del Pedregal (con la conclusión de su etapa de conformación inicial), así como de la sociedad mexicana y, en un panorama aún mayor, la occidental. Desde entonces, se han llevado a cabo múltiples adecuaciones a los volúmenes anexos que albergan la casa cural, las oficinas y las aulas, y más recientemente la instalación de paneles solares y la expansión del área de nichos. Los espacios litúrgicos, en cambio, han sufrido mínimas modificaciones; es de reconocer que los sucesivos párrocos han procurado mantener el carácter arquitectónico legado por Attolini. Esto es patente en una de las intervenciones más recientes: un retablo que presenta las imágenes de Concepción Cabrera de Armida, laica mexicana inspiradora de las Obras de la Cruz y beatificada en mayo de 2019, y del sacerdote marista francés Félix de Jesús Rougier, fundador de los Misioneros del Espíritu Santo (Fig. 18). A fin de integrar este elemento con el lenguaje de la parroquia, se ha emulado el diseño del baldaquino y el uso sobrio de la madera y el metal.

Fig. 17. Ceremonia de consagración de iglesia parroquial de la Santa Cruz del Pedregal (16 de agosto de 1968).

Fig. 18. Retablo con imágenes de la beata Concepción Cabrera de Armida y del venerable Félix de Jesús Rougier M.Sp.S.

En la actualidad la parroquia es una de las más activas y concurridas en la arquidiócesis de México, con numerosos grupos y apostolados que realizan todo tipo de actividades y servicios. En el templo principal se ofrecen ocho misas dominicales y tres diarias entre semana, y el espacio es muy popular como sede de bodas, bautismos y demás sacramentos. En fechas importantes, como la Vigilia Pascual o las celebraciones decembrinas, se hace necesario colocar sillas en el atrio y en la capilla del perdón. El atrio se utiliza también para kermesses y otras actividades, aunque la afluencia de automóviles alrededor del mismo entorpece su vocación de espacio público. De hecho, la parroquia se ha visto completamente rodeada de comercios, y la demanda de estacionamiento es uno de los principales retos que enfrenta en el ámbito urbano.

Fig. 19. Pedro Corona M.Sp.S, Manuel Arellano M.Sp.S y Antonio Attolini, el día de la consagración de la iglesia parroquial (16 de agosto de 1968).

La parroquia de la Santa Cruz del Pedregal manifiesta, tanto en su arquitectura como en su vida comunitaria, la visión desarrollada por Attolini, Corona y Arellano (Fig. 19). Esta visión concibe a la arquitectura como materialización de una Iglesia que es Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo. Abordando la etapa inicial del fraccionamiento, Pérez-Méndez y Aptilon escriben que

los arquitectos del Pedregal, (...) tuvieron que razonar sus arquitecturas a través de argumentos existenciales. En una mirada sin cinismo, las casas del Pedregal no fueron sólo una cuestión de estilo o moda, sino que para muchos de sus arquitectos y clientes constituyeron asimismo reflexiones sobre la modernidad arquitectónica como forma de habitar el propio país a través de su paisaje. En su sentido más profundo, al tratar de la identidad y cara a la crisis ideológica de los aspectos sociales del Movimiento Moderno que ya se avecinaba, estas reflexiones se hacían cada vez más necesarias (2007, 63).

Esta reflexión sobre el devenir del Movimiento Moderno es aún más relevante para un edificio religioso que manifiesta la colaboración entre arquitectos, artistas y sacerdotes, así como el fructífero diálogo entre generaciones arquitectónicas y tradiciones litúrgicas a mediados del siglo XX.

Bibliografía

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Procedencia de las imágenes

Todas la imágenes pertenecen al archivo del autor, a excepción de las siguientes:

Fig. 04. Villagrán García 1956, 188-189.

Fig. 05–08, 17, 19. Archivo de la Parroquia Santa Cruz del Pedregal.

Fig. 09. Cortesía Andrés Attolini Pesqueira.

Notas

[1] Agradecemos de manera particular a Andrés Attolini Pesqueira, quien generosamente compartió la grabación de una conferencia dictada por su padre (de lugar y fecha desconocidos), así como a Mercedes Armendáriz Etchegaray, Gabriel Arreola, Nayelli Díaz Villaseñor, Mariana Gómez Villanueva (coordinadora del Archivo Histórico de los Misioneros del Espíritu Santo), José Javier Ortiz Izquierdo, Jorge Vázquez del Mercado, y los sacerdotes Gonzalo Martínez Benítez M.Sp.S. y Giancarlo Tomao Gordon M.Sp.S.

[2] Esta modificación respondía a la exigencia del regente de la ciudad, Ernesto Uruchurtu, de que el fraccionamiento tuviera mayor conexión con las vialidades externas ya existentes (Pérez-Méndez y Aptilon 2007).

[3] El fraccionamiento estaba bajo la jurisdicción territorial de la parroquia de San Jacinto, en San Ángel. El 5 de marzo de 1951, monseñor Martínez escribió al párroco Ismael Villalba, pidiéndole su parecer sobre la construcción del templo por parte de los Misioneros; la respuesta de éste, un día después, fue aprobatoria.

[4] Tampoco se ha podido precisar por qué pasaron tantos años entre la anuencia del arzobispo y la aparición del proyecto de Villagrán.

[5] Así se consumó el cometido público de esa manzana (delimitada por las calles de Cráter, avenida de las Fuentes y Agua), que desde el inicio incluyó una plaza comercial y un parque diseñados por Barragán.

[6] Agradecemos a Antonio Attolini Pesqueira, quien a través de Jorge Vázquez del Mercado, confirmó este detalle.

[7] Attolini relata que inicialmente se enfrentó a un comité de catorce personas, el cual se mostró duramente crítico de sus ideas. El arquitecto ofreció entonces a Corona no cobrar su proyecto a cambio de que el comité se disolviera.