Visibilium et invisibilium: Hacia una visibilización y análisis integral de la arquitectura religiosa del Movimiento Moderno en Puerto Rico, 1925-75.

El caso de las parroquias del área metropolitana

 

Visibilium et invisibilium: Toward a Visibility and Integrated Analysis of Religious Architecture of the Modern Movement in Puerto Rico, 1925-75.

The Case of the Metropolitan Area Parishes

 

Héctor Balvanera Alfaro · Docomomo Puerto Rico/Universidade da Coruña (España) · hectorbalvanera@gmail.com · https://orcid.org/0009-0008-6013-6109

 

Recibido: 30/11/2025

Aceptado: 09/12/2025

 

Resumen

Este artículo analiza la arquitectura religiosa católica en Puerto Rico, vinculada al Movimiento Moderno canónico, con el objetivo de evidenciar su relevancia patrimonial y proyectual. El análisis contextual se ha sustentado en la catalogación de trece casos de la Arquidiócesis de San Juan. Los casos se examinan en cinco dimensiones: ambiental‑urbana, programático‑arquitectónica, tecnológico‑constructiva, formal‑estética e histórico‑cultural, contrastadas con la liturgia, en torno al Concilio Vaticano II. Los resultados distinguen la transición entre la proto-modernidad (1925‑47) y la vanguardia (1947‑75), caracterizan las tipologías espaciales y validan cuatro arquetipos postconciliares (San Luis Rey, Sagrado Corazón, Jesús Maestro y La Resurrección). Estos hallazgos se traducen en una interpretación integrada que vincula reforma litúrgica, lenguaje moderno y estrategias de conservación, lo que confirma su pertinencia como patrimonio y referencia proyectual.

Palabras clave

Arquitectura religiosa contemporánea, Movimiento Moderno, patrimonio cultural, proto-modernidad, Puerto Rico.

Abstract

This paper analyzes Catholic religious architecture in Puerto Rico linked to the canonical Modern Movement, aiming its heritage and design relevance. The contextual analysis is based on the cataloguing of thirteen cases from the Archdiocese of San Juan. These cases are examined across five dimensions—urban‑environmental, programmatic‑architectural, technological‑constructive, formal‑aesthetic, and historical‑cultural—contrasted with Catholic liturgy around the Second Vatican Council. The findings distinguish the proto‑modernity (1925‑47) and the avant-garde phase (1947‑75), characterize spatial typologies, and validate four post-conciliar archetypes (San Luis Rey, Sagrado Corazón, Jesús Maestro, and La Resurrección). These results lead to an integrated interpretation that connects liturgical reform, modern language, and conservation strategies, confirming their significance as heritage and as a design reference.

Keywords

Contemporary religious architecture, Cultural Heritage, Modern Movement, Proto-Modernity, Puerto Rico.

 

“Visibilium ómnium et invisibilium”: [1] visibilizar lo invisibilizado

Esta ponencia sintetiza los hallazgos de los capítulos III y IV de la tesis doctoral titulada La arquitectura religiosa contemporánea en las parroquias de la Arquidiócesis de San Juan de Puerto Rico. 1947-97, [2] presentada en la Universidade da Coruña en 2025. Se propone una lectura crítica del fenómeno como protagonista del contexto histórico y social en que fue construido, atendiendo a sus valores proyectuales, tectónicos, espaciales-litúrgicos (Bergamo y Del Prete 1997; CEP 1997), patrimoniales, institucionales y territoriales. El análisis se apoya en fuentes inéditas, como colecciones documentales eclesiásticas, entrevistas con protagonistas y registro fotográfico in situ, y se articula mediante un diseño mixto sustentado en la herramienta de registro-inventario-catálogo, aplicando cinco dimensiones —ambiental-urbana, programática-arquitectónica, tecnológica-constructiva, formal-estética e histórico-cultural—, contrastadas con la liturgia, en torno al Concilio Vaticano II.

El estado de la cuestión

En el ámbito latinoamericano, la historiografía reciente reconoce la complejidad del género más allá de lo estético. Pérez-Oyarzún (2015) subraya la tensión entre tradición y modernidad; por su parte, Fernández-Cobián (2023) plantea integrar sociología, teología y política en la interpretación del espacio sagrado. Estas reflexiones permiten situar los casos puertorriqueños en una dinámica regional de reinterpretación del templo católico, donde convergen tradición, modernidad y pastoral. El panorama local comporta semejanzas, tales como la escasez de estudios, la dispersión de fuentes y la invisibilidad del género frente a otros discursos, incluyendo análisis condicionados por sesgos y presupuestos.

Entre las excepciones, destacan obras como Iglesias de la modernidad en Chile: precedentes europeos y americanos, de Pérez-Oyarzún (1997) y Estructura, abstracción y sacralidad: la arquitectura religiosa del Movimiento Moderno en la Ciudad de México, de San Martín Córdova (2016). Igualmente, son relevantes las perspectivas regionales presentadas por Fernández-Cobián en La arquitectura religiosa del siglo XX en Latinoamérica. Dos enfoques posibles (2023), así como su ensayo sobre los santuarios marianos de peregrinación en Latinoamérica (2015).

La discusión generada por esta última ponencia presentada en el IV CIARC (Puebla, 2015), donde la participación de Puerto Rico se limitó a un proyecto no construido, [3] constituyó el punto de partida para la tesis doctoral que sustenta esta comunicación. Este intercambio definió el horizonte de investigación orientado a visibilizar la arquitectura religiosa moderna en Puerto Rico y su valoración patrimonial.

En la historiografía puertorriqueña se reconocen dos hitos fundamentales en la transformación del espacio sagrado contemporáneo: la creación del Comité de Diseño de Obras Públicas en 1943, considerado piedra fundacional del Movimiento Moderno local; y el Concilio Vaticano II, asumido como detonante directo (casi mítico) de la reconfiguración espacial y formal de las iglesias católicas. A ello se suman factores que lo hicieron posible, entre otros, la promoción del Movimiento Litúrgico y la influencia de la Nouvelle Théologie, presentes en el ámbito local y que prepararon el terreno para las reformas.

El primer ejercicio sistemático de puesta en valor del género fue la publicación de Arquitectura de las iglesias parroquiales en Puerto Rico (Marvel y Moreno 1984), centrada en la etapa colonial española. Esta obra buscó contrarrestar los efectos del llamado postconcilio, que justificó la demolición de inmuebles patrimoniales (Marvel 2012) y sigue siendo la única obra dedicada al estudio tipológico parroquial. Actualmente, sólo dos recursos contemporáneos cuentan con designación formal: el santuario de San Martín de Porres, en Cataño, inscrito en el Registro Nacional de Sitios Históricos de Estados Unidos (Rodríguez-López 2017); [4] y la iglesia de Santa María Reina, en Ponce, incluida en el inventario de Docomomo Internacional (Pabón y Marcial 2021). Mientras tanto, la mayoría de las obras destacadas permanece sin protección, atendida de manera dispersa en estudios como los de Fernández (1965) o Pérez-Chanis (1968-69; 1972). Este panorama constata la vulnerabilidad del patrimonio religioso contemporáneo, acentuada por su limitada valoración y su invisibilidad historiográfica.

La conservación de estos templos plantea desafíos específicos, dado que su valor patrimonial ha sido históricamente subestimado, semejante a lo que ocurre en otros contextos. A este respecto, Fernández-Cobián advierte que «el interés suscitado en los últimos tiempos por la arquitectura religiosa no ha hecho otra cosa que dejar patente que, hasta el momento, la historiografía no había reparado demasiado en ella» (2005, 65). Esta exclusión tradicional en los relatos canónicos del Movimiento Moderno, ha estado en tensión con el hecho de que estas obras reflejan con claridad “la voluntad de una época” (die Wille zur Epoche), según lo definiera Mies van der Rohe (Neumeyer 1991, 51). Tal divergencia subraya la necesidad de una revisión crítica que reconozca su valor histórico y proyectual.

El objeto arquitectónico como documento

La arquitectura religiosa debe entenderse no sólo como obra construida, sino como documento histórico que refleja las condiciones sociales, técnicas y estéticas de su tiempo. Esta perspectiva permite analizar las iglesias parroquiales del periodo 1925-75 en tanto expresiones de la transición litúrgica y cultural previa y posterior al Concilio Vaticano II, desde cinco dimensiones: ambiental-urbana, programático-arquitectónica, tecnológico-constructiva, formal-estética e histórico-cultural (Terán 2003). De este modo, su estudio trasciende lo monumental para poner de manifiesto el tejido social y espiritual que les dio origen (Terán 1991). A continuación, se presenta una selección de casos que ilustran el panorama de la modernidad en el género religioso, según se observa en las parroquias de la actual arquidiócesis de San Juan.

La fase protomoderna, 1925-47

Puerto Rico es considerada la colonia más antigua del hemisferio occidental (Trías 1997). Esta condición geoestratégica ha generado vendavales históricos que han moldeado su desarrollo territorial y arquitectónico. Desde 1898, la metrópoli estadounidense ha instrumentalizado una dependencia económica de carácter extractivo. Ésta se manifestó en diversas modalidades, desde el monocultivo latifundista a los capitales rentistas ausentes. Más tarde, se impulsó un desarrollo forzado en los sectores de servicios e industrialización, a costa del abandono del campo y en favor de la especulación territorial en medios suburbanos, con una movilidad privada individual.

Sociopolítica y económicamente, el desarrollo insular profundizó su dependencia del mercado estadounidense, sufriendo los efectos de la Gran Depresión y los desastres naturales ocasionados por los huracanes San Felipe (1928) y San Ciprián (1932). La presidencia de Franklin D. Roosevelt implementó el New Deal (1933-45). Sus medidas se materializaron en el archipiélago mediante la Puerto Rico Emergency Relief Administration (PRERA, 1933) y la Puerto Rico Reconstruction Administration (PRRA, 1935), ajustadas al Plan Chardón (1934). Estos programas impulsaron las infraestructuras, la vivienda y los equipamientos públicos, procurando una modernización alineada con los intereses de la metrópoli, que más tarde se instrumentalizaría con el establecimiento de la Junta de Planificación (1942) y del Comité de Diseño de Obras Públicas (1943). Sin embargo, los esfuerzos resultaron insuficientes, lo que promovió la migración hacia los Estados Unidos continentales y el crecimiento de asentamientos informales en áreas urbanas como la laguna de El Condado y Trastalleres.

Frente a la tesis asimilacionista clerical generalizada, propuesta por Silva Gotay (2005), Hernández-Aponte (2013) examina el complejo panorama de estrategias que la Iglesia católica en Puerto Rico adoptó para reajustarse y reconfigurarse tras el fin del patronato regio español y la pérdida de la exclusividad confesional. Dichas acciones se orientaron a salvaguardar el catolicismo en su contexto cultural y pastoral hispanoamericano (Actum Preclare, León XIII 1903), [5] al tiempo que procuraron equilibrar la influencia del estilo eclesial y la sensibilidad religiosa estadounidense (Fig. 1). En el ámbito urbano, la arquitectura eclesiástica protestante adquirió visibilidad, cuya presencia contrastó y cuestionó la hegemonía precedente. Entre las medidas implementadas por la Iglesia católica se incluyeron la introducción de órdenes religiosas y la adopción de modelos institucionales como las escuelas parroquiales.

 

Fig. 1. Vista de la Caleta de San Juan con la reforma del tercer cuerpo del imafronte de la catedral católica (al fondo), tras la construcción de la catedral episcopal en 1902, en el lateral izquierdo, hacia 1910.

 

La diócesis de Ponce, erigida en 1924, marcó el inicio de la división territorial de la sede de San Juan. Su primer obispo fue monseñor Edwin Vincent Byrne, quien más tarde fue trasladado a la cátedra de San Juan, donde gobernó entre 1929 y 1943. Estos acontecimientos coincidieron con una profunda transformación de Puerto Rico, caracterizada por la modernización de infraestructuras y la expansión de los núcleos urbanos tradicionales. En este contexto, la Iglesia católica continuó reajustando su presencia en la vida pública y respondiendo a las nuevas dinámicas sociales. Entre las estrategias adoptadas se incluye la construcción de templos que, aunque conservaban elementos tradicionales, incorporaban soluciones técnicas y formales propias de la modernidad incipiente: uso del hormigón armado, de los prefabricados, ornamentación de catálogo y modelos replicables. Entre estos últimos destaca el proyecto modelo para la reconstrucción de iglesias tras el terremoto de 1918, comisionado por el obispo William A. Jones y diseñado por el ingeniero José A. Canals y Vilaró (1919).

En el ámbito eclesiástico, a la par de la reorganización territorial dispuesta por Pío XI, se desarrolló una etapa de intensa actividad constructiva en la sede de Ponce, derivada de su reconstrucción tras el terremoto de 1918. Mientras tanto, la diócesis capitalina enfrentaba limitaciones económicas y administrativas, en contraste al incremento poblacional que experimentaba. La participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial (1941-45) reafirmó la función estratégica del archipiélago, atrayendo inversiones militares y condicionando la dinámica urbana. El periodo concluyó con el nombramiento de James P. Davis como obispo de San Juan en 1943, en un contexto de incertidumbre geopolítica que ralentizó la creación de nuevas parroquias.

Casos representativos, 1925-47

En esta etapa, el repertorio arquitectónico revela un historicismo ecléctico que combina elementos del resurgimiento español, el neogótico, el neorrománico y el art decó, en diálogo con las corrientes internacionales y con influencias americanizantes del régimen. El hormigón armado terminó por desplazar otros sistemas constructivos. Durante este periodo, el género se caracterizó por el predominio de la planta de nave única, y en menor medida, la basilical. Los imafrontes se resolvieron mediante espadañas o torres laterales, mientras que los ábsides semicirculares se cubrieron con cúpulas de cuarto de esfera y cubiertas inclinadas.

En el plano tecnológico se generalizó el uso de prefabricados y elementos de catálogo, conservando criterios bioclimáticos orientados a la ventilación cruzada y la resistencia sísmica y ciclónica. Las cubiertas recurrieron a sistemas de parhilera con cielos y tijeras en madera, aunque en proyectos avanzados incorporaron el sistema de hormigón armado en estos elementos. Estas soluciones anticiparon la transición hacia la modernidad arquitectónica que se generalizaría en las décadas siguiente.

La firma Martínez y Lázaro, integrada por los ingenieros Antonio Martínez y Carlos Lázaro, estuvo activa desde las primeras décadas del siglo XX como colaboradores y, posteriormente, sucesores del ingeniero Canals y Vilaró en la gestión de proyectos institucionales para la mitra. Esta dupla fue responsable de un amplio repertorio de proyectos eclesiásticos, desempeñándose como diseñadores, directores de obra o contratistas. Entre sus obras más destacadas de esta etapa figuran la sede de los Caballeros de Colón en El Condado (1924-26), el conjunto para las Siervas de María en San Juan (1926-52 ca.) y la Escuela Industrial Notre Dame en Puerta de Tierra (1929-31).

Uno de los arquitectos más relevantes de este periodo fue Francisco Porrata-Doria, autor de la reconstrucción y reforma de la iglesia de Guadalupe (1925-31), elevada a catedral de Ponce y considerada su obra más académica (Fig. 2). Su producción se distingue por la abundante obra eclesiástica, particularmente concentrada en dicha diócesis, en la que integró un sólido conocimiento técnico con una sensibilidad creativa que yuxtapone elementos estructurales y ornamentales en clave manierista (Mari-Mut 2013). A este autor tambien se debe la iglesia de El Pilar (1930-31), tercer inmueble que sirve de sede a la parroquia del antiguo pueblo de Río Piedras (San Juan), actualmente la segunda jurisdicción diocesana más antigua (1713). En dicho templo se sintetizan elementos neorrománicos y neogóticos, destacando el uso de la doble torre, recurso que Porrata Doria reservó simbólicamente en sus proyectos en Ponce para la catedral (Fig. 3).

 

Fig. 2. Francisco Porrata Doria, Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, Ponce, 1925-30; rehabilitación.

 

Fig. 3. Francisco Porrata Doria, Nuestra Señora del Pilar, Río Piedras. 1930-31.

 

Otros exponentes relevantes fueron Luis M. Perocier, a quien se atribuyen los diseños de las parroquias de los municipios de Mayagüez (1920-22) —reconstruida en colaboración del ingeniero Luis F. Nieva y elevada a catedral en 1976—, Ceiba (1933-34) y Trujillo Alto (1932-33). Al arquitecto Joseph O’Kelly se debe la nueva iglesia parroquial del Dulce Nombre de Jesús en Caguas (1930), que combina un exterior neorrománico con un interior art decó, elevada a sede episcopal en 1964, así como la del Sagrado Corazón de Jesús en Santurce (1928-40), diseño neobarroco considerada la primera en emplear una bóveda de cañón en hormigón armado en la isla (Pérez-Chanis 1976). Asimismo, destaca el diseño de Francisco Fullana para la iglesia de San Vicente de Paúl en Santurce (1940), enriquecida por la ornamentación de José de Albricio y obras del catalán Ismael D’Alzina (verja de herrería, lámparas y pintura mural) (Fig. 4).

 

Fig. 4. Francisco Fullana, San Vicente de Paúl, Santurce, 1940.

 

El caso de la parroquia de La Merced (1940-41) sobresale por haber sido construida en uno de los solares destinados para el equipamiento religioso dentro del plan maestro de la urbanización Eleanor Roosevelt, planificada por Jorge Ramírez de Arellano, y ejemplifica el vínculo entre urbanismo y arquitectura religiosa, siguiendo el modelo tradicional de fundaciones de pueblos (Rodríguez-López 2018).

En paralelo, el Movimiento Litúrgico promovió la participación activa en la celebración, según el motu proprio Tra Le Sollecitudine (Pío X, 1903), impulsando la creación de coros —frecuentemente dedicados a santa Cecilia— y la difusión catequética mediante publicaciones tales como El Piloto y El Mundo. Intelectuales como José M. Lázaro (1936) y José Paniagua Serracante reflexionaron sobre la liturgia como síntesis cultural capaz de integrar arte, filosofía y ciencia. En este contexto, fray Arnold Marcolino Maas, OP, desarrolló un repertorio gráfico y diversos proyectos artísticos que marcaron el inicio de la integración entre arquitectura y artes plásticas en el espacio sagrado (Maas 1986). Esta influencia se reflejó posteriormente en los proyectos de Henry Klumb para la capilla de Santa Rosa de Lima (Guaynabo, 1946-47) y el santuario de San Martín de Porres (Cataño, 1946-52), hitos que inauguraron la estética formal de la modernidad en la arquitectura litúrgica en Puerto Rico, en los cuales la figura de fray Marcolino fue decisiva (Rodríguez-López 2017) (Fig. 5).

 

Fig. 5. Henry Klumb, Capilla de Santa Rosa de Lima, Guaynabo, 1946-47.

 

La fase canónica de la modernidad, 1947-75

El año 1960 fue un punto coyuntural en el proceso de desarrollo de la estructura territorial eclesiástica que culminó en la creación de las seis diócesis que integran actualmente la Conferencia Episcopal Puertorriqueña (1966). [6] La posguerra y el acelerado crecimiento urbano marcaron la prelacía de los primeros arzobispos de San Juan: James P. Davis y Luis Aponte Martínez (1965-99), quien posteriormente fue creado cardenal (1973). Durante este periodo, la creación de nuevas parroquias y la correspondiente construcción de templos alcanzó niveles extraordinarios, respondiendo a las exigencias pastorales contemporáneas. El área metropolitana experimentó un incremento significativo, pasando de 42 a 154 parroquias al concluir el gobierno de Aponte Martínez (un incremento del 267%).

La arquitectura religiosa se convirtió en un campo de experimentación formal y funcional, donde confluyeron las corrientes internacionales de la arquitectura del Movimiento Moderno, la promoción de las corrientes teológicas pastoralistas, bíblicas, ecuménicas y de experimentación litúrgicas que culminaron en el Concilio Vaticano II (1962-65). En la fase preconciliar, fueron determinantes las gestiones de figuras señeras del medio eclesiástico que, sin pertenecer a la jerarquía, influyeron en ella para preparar el camino hacia la reforma ritual postconciliar. Este contexto propició la colaboración entre comitentes visionarios, arquitectos formados en escuelas de vanguardia y artistas plásticos, quienes contribuyeron a la renovación del espacio sagrado.

El periodo 1947-75 constituye la fase más significativa de la modernidad arquitectónica en Puerto Rico. Coincidió con transformaciones políticas, económicas, culturales y pastorales que impactaron la producción religiosa (Fig. 6). La publicación de la encíclica Mediator Dei por Pío XII (1947) marcó el inicio de una renovación litúrgica que sentó las bases para la reforma del Concilio Vaticano II. Paralelamente, el archipiélago experimentó una reconfiguración política: en 1948 se convirtió en territorio no incorporado y en 1952 en Estado Libre Asociado, afín a la estrategia estadounidense para presentar a Puerto Rico como vitrina de la democracia frente al bloque soviético y, posteriormente, para contrastar ante la revolución cubana (Fig. 7).

 

Fig. 6. Anuncio publicitario del Banco Popular de Puerto Rico, 1962. En la imagen se observa el desarrollo urbano del sector de Puerto Nuevo.

 

Fig. 7. Nuestra Señora de Guadalupe, San Juan (fotografía de 1957).

 

Este modelo impulsó la industrialización, el turismo y la urbanización, provocando migraciones internas y la expansión de las periferias. La planificación territorial, dependiente de fondos federales y del sector privado, generó proyectos de vivienda masiva como Bay View (Cataño) y Puerto Nuevo (San Juan), que transformaron el paisaje urbano. La Iglesia respondió con la fundación de nuevas parroquias y capillas en solares donados por feligreses o desarrolladores, muchas veces en espacios intersticiales. La reorganización eclesiástica incluyó la elevación de San Juan a arquidiócesis metropolitana en 1960 y la creación de nuevas diócesis, junto con el nombramiento de obispos nativos en 1964 (Huerga y McCoy 1994). En un siglo, el número de jurisdicciones parroquiales pasó de cerca de ochenta a más de trescientas.

Características heterogéneas

La arquitectura religiosa transitó desde la persistencia historicista hacia la vanguardia moderna, en diálogo con tendencias internacionales. Se identifican cuatro aproximaciones:

1. Proyectos elementales. Soluciones pragmáticas y económicas, con plantas simples y mínima ornamentación, como la capilla del Cristo de la Agonía (Carolina, 1958-62), diseño de los ingenieros Rafael González y Olga V. González.

2. La persistencia historicista. Obras con lenguaje neogótico, art decó o ecléctico, ejemplificado en las parroquias de San José en Villa Caparra (1948-50), de Ramírez de Arellano, y la del Espíritu Santo (Floral Park, 1954), diseño del ingeniero José Font.

3. Proyectos de transición. Envolventes racionalistas con disposición axial tradicional, como la iglesia de Guadalupe (1950-51), en el emblemático sector de Puerto Nuevo, la primera parroquia de líneas contemporáneas y construida con prefabricados, o Nuestra Señora de Fátima (Hato Rey, 1950) proyecto de Porrata-Doria.

4. La vanguardia moderna. Integración plena de principios funcionalistas y brutalistas, uso expresivo del hormigón armado, cubiertas rampantes y claristorios, tales como en las capillas dominicas diseñadas por Henry Klumb.

La preponderancia del hormigón armado y de los sistemas prefabricados permitió soluciones plásticas innovadoras, adaptadas al clima tropical mediante ventilación cruzada, marquesinas y otros recursos. Se incorporaron elementos simbólicos reinterpretados en clave abstracta, cruces estilizadas y presbiterios concebidos semejando trípticos geométricos. Según Docomomo Puerto Rico (2008), la estética moderna se caracterizó por la horizontalidad, el uso de parasoles, columnas Lally, revestimientos en laja caliza y mosaicos cerámicos, reflejando una sensibilidad funcional y climática.

El Movimiento Litúrgico y el Concilio Vaticano II

La encíclica Mediator Dei (1947) y las reformas preconciliares (1951-55) impulsaron la catequesis litúrgica y la renovación artística, lideradas en Puerto Rico por el Círculo de Liturgia del CUC y el apostolado del beato Carlos M. Rodríguez (González-Unzurrunzaga 2008). Influencias internacionales, como la abadía de Saint John’s en Collegeville, Minnesota, o el sacerdote Hans Ansgar Reinhold, promovieron la articulación entre liturgia y arquitectura moderna (Schloeder 2011). La promulgación de la constitución apostólica Sacrosanctum Concilium (1963) aceleró la transformación espacial: eliminación del comulgatorio, altar versus populum, incorporación de ambón y sede presidencial. Estas reformas se implementaron en proyectos existentes y en nuevas obras, consolidando la transición hacia un espacio comunitario y participativo.

La discusión teórica sobre el simbolismo arquitectónico se refleja en el editorial de Progressive Architecture (Rowan 1963), que cuestionaba la vigencia del lenguaje simbólico en la arquitectura religiosa moderna. En Puerto Rico, esta tensión se tradujo en proyectos que, aun despojados de ornamentos, buscaban expresar sacralidad mediante luz, proporción y materialidad; entre ellos, los templos de San Martín de Porres y San Judas Tadeo.

Casos emblemáticos, 1947-75

Entre los protagonistas destacan los arquitectos Ángel Avilés, Rafael Hernández-Sánchez, David P.C. Chang, Henry Klumb, —introductor del organicismo moderno en Puerto Rico—, y firmas como Amaral y Morales. El clero religioso —dominicos, pasionistas, paúles y franciscanos— fue un comitente decisivo que promovió proyectos que reflejaban la tensión entre tradición y modernidad. En el ámbito artístico sobresale el mencionado fray Arnold Marcolino Maas, cuya obra plástica y diseño litúrgico integró arquitectura y catequesis (Maas 1986). La interacción entre arquitectos y liturgistas se constata en proyectos como la capilla de Santa Rosa de Lima (Guaynabo, 1946-47) y el santuario de San Martín de Porres (1946-52), donde Maas y Klumb conjuntaron sus talentos para producir un espacio funcionalista, con sentido catequético y devocional con fuerte carga simbólica (Fig. 8).

 

Fig. 8. Henry Klumb, San Martín de Porres, Cataño, 1946-52; asesoría litúrgica y guión iconográfico a cargo de Arnold Marcolino Maas.

 

Las obras características de este periodo reflejan el estado general de la vanguardia, la diversidad tipológica y la evolución hacia una arquitectura que conjuga funcionalismo, simbolismo y adaptación climática. Asimismo, se buscó una simplificación formal, evitando la ornamentación y procurando una claridad volumétrica. La innovación material y tecnológica fue relevante. Espacialmente, se tendió a la adaptación funcional, con espacios más abiertos, procurando la iluminación natural y la disposición racional de los elementos litúrgicos. Teóricamente y académicamente, se constatan influencias internacionales, relacionadas con el Movimiento Moderno europeo y norteamericano, así como el paulatino predominio del uso de geometrías puras y fachadas lisas.

Las plantas se ordenaron con un sentido racional-funcionalista, prevaleciendo la disposición centrada en la asamblea, con énfasis en la participación activa de los fieles. Igualmente, en una estética expresiva, empleando principalmente hormigón armado, estructuras audaces y formas escultóricas, buscando siempre la integración con el entorno. Desde el tratamiento del atrio hasta el presbiterio, se proyectaron espacios conceptualizados para la acogida y la celebración comunitarias, adaptados a la nueva liturgia. Asimismo, la calidad arquitectónica se relaciona con sistemas de colaboración interdisciplinaria entre arquitectos, artistas, comitentes y comunidades en diálogo creativo.

Entre los casos representativos catalogados en el estudio, se encuentran lo siguientes:

Santa Teresita (Santurce, 1951-54)

Diseñada por Rafael Hernández Romero, esta iglesia constituye un testimonio singular de la transición entre el historicismo y la modernidad en Puerto Rico. Su planta basilical y la fachada con torre campanario lateral evocan la tradición, mientras que los recursos técnicos-materiales y formales funcionalistas introducen una lectura contemporánea que anticipa la transformación del género arquitectónico local. La intervención del taller de Enrico Galeazzi, arquitecto de los Palacios Apostólicos y la Reverenda Fábrica de San Pedro, en Roma, aporta un diseño litúrgico e iconográfico de notable rigor. Ello refuerza la conexión con la producción internacional de arquitectura y arte sacro. Este caso confirma cómo, antes del Concilio Vaticano II, se ensayaban soluciones innovadoras y colaboraciones trasnacionales, configurando un puente entre la estética heredada y las exigencias emergentes que cimentaron la reforma litúrgica. Su valor radica en mostrar la complejidad del diálogo entre tradición, técnica e innovación entorno al espacio sagrado (Fig. 9).

 

Fig. 9. Rafael Hernández Romero, Santa Teresita, Santurce, 1951-54; diseño litúrgico e iconográfico a cargo de Enrico Galeazzi.

 

María Auxiliadora (Santurce, 1958-62)

Obra de Francisco Porrata-Doria, esta iglesia se erige como símbolo de la presencia salesiana en la barriada de Cantera, un contexto urbano marcado por la vulnerabilidad social. Más que un templo, ejemplifica la función pastoral y comunitaria del proyecto, concebido originalmente como un santuario mariano, y asemeja un faro en medio del mar atribulado. Su diseño combina elementos historicistas con recursos formales modernos, destacando el uso de hormigón y la modulación de una fachada armónica con torres gemelas, que confiere monumentalidad sin perder equilibrio formal. El proyecto litúrgico, ejecutado por los talleres Reventós (vitrales, mosaicos, imaginería, orfebrería, mobiliario litúrgico), aporta una integración artística excepcional en clave moderna. Este caso constata cómo la arquitectura religiosa del periodo conjuntó tradición, innovación y compromiso social, demostrando el valor patrimonial de una obra que articula estética, técnica y misión evangelizadora (Fig. 10).

 

Fig. 10. Francisco Porrata-Doria, María Auxiliadora, Santurce, 1958-62; diseño litúrgico e iconográfico a cargo de Talleres Reventós (Barcelona).

 

Nuestra Señora del Carmen (Cataño, 1958-62)

Comisionada por los frailes dominicos a Henry Klumb, con diseño estructural del ingeniero August E. Komendant, esta iglesia es un hito en la arquitectura religiosa moderna local. Corresponde a la tercera reedificación de la parroquia, localizada en el centro urbano tradicional del pueblo, y rompe con el esquema axial heredado al introducir una planta centralizada inédita en el contexto puertorriqueño. La disposición radial en torno al presbiterio articula un espacio unitario que enfatiza la participación comunitaria, anticipando los principios conciliares y la reforma litúrgica. La estructura en hormigón armado y proyectado, coronada con una cubierta curvada, evidencia la maestría técnica del diseño, mientras que la integración de luz cenital indirecta y elementos simbólicos abstractos refuerzan la sacralidad del espacio. Este caso sintetiza innovación formal, rigor técnico y la apertura a las influencias internacionales, manifestando su valor patrimonial como referente de la modernidad y la renovación litúrgica (Fig. 11).

 

Fig. 11. Henry Klumb y August E. Komendant (ing.), Nuestra Señora del Carmen, Cataño, 1958-62.

 

San Ignacio (Río Piedras, 1964-67)

Última iglesia proyectada por Klumb, comisionada por la Compañía de Jesús, esta obra muestra la madurez del lenguaje moderno aplicado al espacio sacro. Su planta en cruz tau organiza una nave diáfana que se expande hacia los laterales, con el presbiterio destacado por un estilizado cimborrio. La estructura en hormigón armado, la cubierta con lucernarios y la serie de portones-parasoles que regulan la luz tropical revelan la adaptación de recursos del Movimiento Moderno al contexto caribeño. La sobriedad formal y la ausencia de ornamentos responden a la búsqueda de un lenguaje esencial, mientras que la disposición espacial favorece la visibilidad y la participación activa de la asamblea. Este caso ejemplifica la síntesis entre funcionalismo y organicismo, articulando técnica, estética y una concepción litúrgica orientada por los principios arquitectónicos de vanguardia (Fig. 12).

 

Fig. 12. Henry Klumb, San Ignacio, Río Piedras, 1964-67.

 

Igualmente, destacan los proyectos realizados por Ángel Avilés de este periodo, habiéndose reseñado solamente el de Reina de los Ángeles (Carolina, 1960-62), obra comisionada por los padres pasionistas y que presenta una estructura en costillas de hormigón y marquesina en voladizo (Fernández, 1965) (Fig. 13). La otra obra, prácticamente desconocida, es la parroquia de Cristo Rey (Río Piedras, 1963-65). Esta iglesia es un paradigma de la transición hacia la modernidad en la arquitectura religiosa local, cuya construcción estuvo a cargo del ingeniero Rafael Rexach Catalá. Originalmente, fue comisionada por el padre Gilberto Romney como templo expiatorio de adoración perpetua. Su planta axial conserva la disposición preconciliar, pero el espacio se dinamiza mediante una cubierta de geometría compleja: un volumen tronco-piramidal intersecado con paraboloide hiperbólico que dirige la atención hacia el presbiterio iluminado por un lucernario cenital corrido. La imaginería, atribuida a José Dies López, se dispone en los vértices de la bóveda como un relicario contemporáneo. El imafronte, con la cruz monumental inscrita, refuerza el simbolismo identitario. Este caso revela cómo en el umbral de la reforma litúrgica, se ensayaron soluciones que conjugan técnica, expresividad formal y sentido teológico, patentizando su valor, conjugando tradición y modernidad (Fig. 14).

 

Fig. 13. Ángel Avilés, Nuestra Señora Reina de los Ángeles, Carolina, 1960-62.

 

Fig. 14. Ángel Avilés, Cristo Rey, Río Piedras, 1963-65.

 

Santa Catalina de Siena (Bayamón, 1962-63)

Diseñada por Efraín Pérez Chanis y comisionada por los frailes dominicos, esta iglesia representa la consolidación de la modernidad canónica en la tipología parroquial puertorriqueña. Su planta rectangular con presbiterio elevado, responde a la disposición preconciliar, pero introduce un lenguaje formal austero, despojado de ornamentos, que privilegia la expresión tectónica y la funcionalidad. La cubierta inclinada en hormigón armado y los muros lisos enfatizan la pureza geométrica, mientras que la luz natural, filtrada por vanos discretos, refuerza la sobriedad del espacio celebrativo. Este caso pone de manifiesto la búsqueda de un lenguaje esencial, donde la técnica y la economía de medios se conjugan con la intención litúrgica, anticipando la transición hacia la reforma conciliar. Su valor patrimonial radica en mostrar cómo la arquitectura religiosa local adoptó los principios del Movimiento Moderno sin renunciar a la claridad tipológica, ejemplificando la síntesis entre tradición y racionalidad proyectual (Fig. 15).

 

Fig. 15. Efraín Pérez Chanis, Santa Catalina de Siena, Bayamón, 1962-63; consultoría litúrgica a cargo de Liturgical Arts Society, Inc. (Nueva York).

 

Inmaculado Corazón de María (San Juan, 1964-66)

Obra de la firma Schimmelpfennig, Ruíz & González, esta iglesia representa la adopción plena del lenguaje moderno en la arquitectura parroquial puertorriqueña. Su diseño de planta radial valida el modelo de planta en abanico, anticipando la reforma litúrgica postconciliar y favoreciendo la participación activa de la asamblea en torno al altar. La expresividad estructural se manifiesta en la cubierta plegada de hormigón armado, cuyas aristas convergen hacia el presbiterio, generando una percepción dinámica del espacio. La luz diurna, controlada por la celosía monumental que define la fachada, refuerza la sacralidad y la transparencia simbólica. Este caso muestra cómo la arquitectura religiosa local incorporó los principios funcionales y comunitarios promovidos por el Concilio Vaticano II, articulando técnica, estética y liturgia en una obra que es referente de innovación formal y apertura a la modernidad (Fig. 16).

 

Fig. 16. Schimmelpfennig, Ruíz & González, Inmaculado Corazón de María, San Juan, 1964-66.

 

Nuestra Señora de Belén (Guaynabo, 1965-67)

Atribuida al arquitecto Héctor Llenza, esta iglesia se inscribe en la corriente moderna, adoptando una planta ortogonal que conserva la claridad tipológica, pero introduce una cubierta plegada en hormigón armado que enfatiza la expresividad tectónica. La volumetría sobria y la disposición del presbiterio reflejan la transición hacia la liturgia renovada, incorporando principios funcionales que favorecen la visibilidad y la participación comunitaria. El proyecto asume como precedente la planta centralizada de El Carmen, diseñada por Klumb, cuya influencia se advierte en la búsqueda de un espacio más unitario y en la integración de recursos estructurales innovadores. Llenza retomará estas estrategias en obras posteriores, como Santa María de los Ángeles en Río Piedras, Lourdes en Carolina y San Antonio María Claret en Bayamón, consolidando un lenguaje moderno que articula técnica, funcionalidad y sentido litúrgico. Se erige como un referente de la modernidad aplicada al espacio de la tipología parroquial (Fig. 17).

 

Fig. 17. Héctor Llenza, Nuestra Señora de Belén, Guaynabo, 1965-67.

 

La Milagrosa (San Juan, 1966-69)

Diseñada por Samuel Marra, esta iglesia constituye uno de los ejemplos más representativos de la adopción del modelo espacial promovido por la reforma litúrgica postconciliar. Su planta radial en abanico organiza la asamblea en torno al altar, favoreciendo la participación activa y la visibilidad, mientras que la cubierta plegada en hormigón genera un espacio dinámico que enfatiza la centralidad litúrgica. La integración de vitrales industriales en la fachada conforma una celosía monumental que evoca la corona de la Virgen y refuerza la estética moderna, aportando control lumínico y expresividad plástica. La disposición del atrio, concebida como explanada vehicular, refleja la influencia del automóvil en la configuración urbana y en la relación del templo con su entorno. Para su autor, la concepción arquitectónica revela el privilegió del diseño formal y utilitario por encima de los aspectos litúrgico-teológicos, ratificando su importancia como ejemplo paradigmático de la visión racional-funcionalista del espacio litúrgico, en consonancia con las transformaciones culturales y teológicas del periodo (Fig. 18).

 

Fig. 18. Samuel G. Marra, La Milagrosa, Hato Rey, San Juan, 1966-69.

 

Finalmente, aunque no forma parte del elenco de casos de estudio, debe mencionarse la iglesia de Santa María Reina, en Ponce (1955-58), obra de Méndez y Brunner. Ejemplifica la transición formal vanguardista que preparó la recepción de la reforma espacial postconciliar. Además de su composición volumétrica y estructural escultórica, integra obras de arte sacro, entre ellas el Via Crucis atribuido a fray Marcolino Maas y el mosaico realizado por Francesco Nagni, bajo la dirección del arquitecto Galeazzi, ambos vinculados previamente al proyecto iconográfico en Santa Teresita. Su relevancia trasciende como el único caso local que al presente está registrado en el inventario de Docomomo (Pabón y Marcial 2021), confirmando su valor como referente del Movimiento Moderno aplicado al culto católico en el Caribe (Fig. 19).

 

Fig. 19. Carl B. Brunner y Rafael M. Méndez (ing.), Santa María Reina, Ponce, 1955-58.

 

Arquetipos postconciliares, 1964-75

El análisis tipológico permitió identificar cuatro arquetipos proyectuales que sintetizan la evolución de la arquitectura religiosa en Puerto Rico durante la fase canónica (1947-75) en diálogo con las disposiciones del Concilio Vaticano II, a saber: San Luis Rey (1964-68), Sagrado Corazón (1968-73), Jesús Maestro (1974-77) y la Resurrección (1968-78). Todos ellos coinciden en que se ubican en el municipio de San Juan, confirman la transición hacia espacios comunitarios y participativos, a la par que validan la integración entre arquitectura, arte y pastoral como rasgo distintivo del periodo.

Desde la década de los 1960, las dinámicas del sistema económico consumista cautivaron la producción edilicia, contradiciendo progresivamente la sabiduría adaptativa que tradicionalmente caracterizaba al patrimonio histórico criollo, según subrayó Pérez-Chanis (1972). Este contexto coincide con el debate planteado en El Mundo, donde Henry Klumb y Samuel Marra cuestionaron la existencia de una arquitectura religiosa como estilo formal, defendiendo en cambio la adecuación funcional y contextual del espacio litúrgico. En este marco se configuraron las condiciones de una tormenta perfecta que Charles Jencks atribuye a Venturi (2011), la cual daría origen a la postmodernidad y a una arquitectura de transición. Estas características se demostraron posteriormente en la parroquia de los Sagrados Corazones en Guaynabo (1978-80), diseño del arquitecto Luis A. Torres, y la iglesia de San Miguel en Bayamón (1985-95), de Elio Martínez-Joffre (1983; 1993). Esta última es un arquetipo de la parroquia suburbana postmoderna, conceptualizada bajo el impulso de la Nueva Evangelización y con referencias al emblemático templo de Arka Pana en Nowa Huta (Polonia, 1967-77).

El análisis tipológico permitió identificar cuatro arquetipos proyectuales que sintetizan la evolución del espacio sacro en diálogo con las disposiciones del Concilio Vaticano II. Cada caso se examina desde cinco dimensiones —ambiental-urbana, programático-arquitectónica, tecnológico-constructiva, formal-estética e histórico-cultural—, para evidenciar su valor patrimonial y proyectual.

San Luis Rey (San Juan, 1964-68)

Ejemplo de la innovación espacial y de la implementación temprana de la reforma litúrgica en el país. Construida por la firma local de Horacio Díaz, fue diseñada por fray Cajetan Baumann OFM (1964a, 1964b), franciscano alemán-estadounidense, prolífico autor del género y promotor del Movimiento Litúrgico en Estados Unidos, esta iglesia constituye un caso temprano de aplicación de la constitución Sacrosanctum Concilium (1963) y de la instrucción Inter Oecumenici (1964), validando la reforma conciliar. Si en la dimensión programático-arquitectónica, la planta en abanico privilegia la participación activa de la asamblea y la centralidad del altar, en lo formal-estético, destaca la volumetría radial y la luz cenital, mientras que en lo tecnológico-constructivo, el uso de hormigón armado y la ventilación cruzada optimiza el sistema bioclimático. Estos atributos, sumados a su contexto urbano y a la acción pastoral franciscana (dimensión histórico-cultural), lo consolidan como arquetipo postconciliar  (Fig. 20).

 

Fig. 20. Cajetan J.B. Baumann OFM, San Luis Rey, San Juan, 1964-68.

Sagrado Corazón (Río Piedras, 1968-73)

Este arquetipo es relevante por la integración armónica entre arquitectura moderna y arte sacro en el contexto postconciliar puertorriqueño. La sobriedad del proyecto arquitectónico, resuelto con un racionalismo purista de hormigón armado (dimensión tecnológico-constructiva), diseñado por Lionel A. Fernández Capella (1968), adopta una planta panóptica que favorece la visibilidad y la participación comunitaria (dimensión programático-arquitectónica). Originalmente concebido como capilla del colegio homónimo, ejemplifica la relevancia de la acción pastoral de los padres paúles en Río Piedras, como comitentes (dimensión histórico-cultural), y se vincula al proceso de desarrollo metropolitano (dimensión ambiental-urbana). Destaca la intervención del artista musivario Manuel Rodríguez Bariáin, quien aporta un repertorio iconográfico en mosaicos y vitrales cuya riqueza cromática y simbólica convierte el espacio en una suerte de catequesis visual (Molina 1971). La luz y el color, emanados de las superficies musivas y rocas vítreas, generan una atmósfera de contemplación activa, ejemplificando el modelo de integración entre arte y liturgia con un lenguaje contemporáneo (dimensión formal-estética). Este proyecto confirma que la plástica contemporánea adquiere sentido y relevancia al dialogar con la consistencia teológica, sin rupturas con la tradición, consolidando un referente sui géneris en la región y marcando un hito en la evolución del espacio sagrado  (Fig. 21).

 

Fig. 21. Lionel Fernández Capella, Sagrado Corazón de Jesús, San Juan, 1968-73; diseño litúrgico e iconográfico a cargo de Manuel Rodríguez Bariáin.

Jesús Maestro (San Juan, 1974-77)

Comisionada por los padres paúles y proyectada por Romualdo Ronnie Olabarrieta Gilormini, esta iglesia rompe con la linealidad tradicional mediante una planta radial inscrita en un envolvente ortogonal, reconfigurando el espacio para enfatizar la asamblea como sujeto litúrgico (dimensión programático-arquitectónica). La geometría se convierte en lenguaje teológico: la disposición concéntrica y la proporción de los volúmenes evocan la centralidad de Cristo Maestro en la vida comunitaria, anticipando la tendencia hacia espacios pedagógicos y simbólicos en la arquitectura religiosa latinoamericana (dimensión histórico-cultural). Cada elemento responde a una lógica funcional y simbólica. Su austeridad material (dimensión formal-estética) y su pureza estructural, resueltas en hormigón, piezas cerámicas, madera y aluminio (dimensión tecnológico-constructiva), refuerzan el sentido catequético del templo, mientras que el emplazamiento en un sector urbano en expansión subraya la dimensión ambiental-urbana. Este proyecto sintetiza la búsqueda de una arquitectura que, sin renunciar a la modernidad, mantiene una centralidad sacramental y la coherencia litúrgica, consolidándose como modelo paradigmático de la renovación arquitectónica impulsada por el llamado espíritu conciliar (Fig. 22).

 

Fig. 22. Romualdo Ronnie Olabarrieta, Jesús Maestro, San Juan, 1973-77.

La Resurrección (San Juan, 1968-78)

Considerada uno de los arquetipos más significativos del periodo postconciliar, esta iglesia conjuga innovación proyectual y participación pastoral comunitaria (dimensión histórico-cultural). Bajo la dirección de los frailes franciscanos como comitentes, el equipo integrado por los arquitectos Isis Longo y Manuel Fernández concibió una obra para autoconstrucción (Balvanera 2023), bajo la asesoría teológico-litúrgica de fray Mariano Errasti Ugarte OFM y la dirección técnica del ingeniero Oscar Pereira. Su planta se organiza en torno a un esquema abierto y flexible, concebida como un espacio celebrativo integral que responde plenamente a los principios de la reforma litúrgica (dimensión programático-arquitectónica), privilegiando la centralidad del altar y la participación activa de la asamblea. El diseño de las cubiertas y la volumetría genera un dinamismo expresivo (dimensión formal-estética), reforzado por la tectónica del hormigón armado y la integración de luz natural mediante lucernarios estratégicos (dimensión tecnológico-constructiva). Esta solución, inédita en el contexto local, introduce una ruptura con los esquemas tradicionales y se convierte en modelo de innovación social y litúrgica. La obra incorpora elementos artísticos —mobiliario litúrgico, murales e ilustraciones incisas y escultura— ejecutados por Xabier Egaña, que dialogan con la arquitectura, evidenciando su carácter catequético y simbólico. Su emplazamiento en un barrio periférico, conceptualizado como la casa de una comunidad de origen migrante, subraya la dimensión ambiental-urbana y refuerza su sentido social (Fig. 23).

 

Fig. 23. Manuel Fernández e Isis Longo, La Resurrección del Señor, San Juan, 1968-78; asesoría teológico-litúrgica a cargo de Mariano Errasti OFM.

Valoración y conservación

La Constitución de Puerto Rico (1952, Art. VI, Sec. 19) reconoce la conservación del patrimonio histórico y cultural como bienes de interés público; sin embargo, persiste la necesidad de fortalecer las herramientas para la protección de los recursos contemporáneos. Entre las acciones prioritarias se incluyen acortar los desfases entre las instancias gubernamentales, controlar la presión inmobiliaria y fomentar una cultura patrimonial. Las crisis económico-sociales y político-electorales tienden a contradecir los esfuerzos orientados a tales fines.

El inventario constituye una herramienta estratégica e integradora para la gestión de estos bienes, articulando las políticas públicas y los procesos de planificación territorial de manera ordenada y sostenible. Su implementación efectiva resulta clave para enfrentar los riesgos derivados del desarrollo urbano y la falta de reconocimiento institucional.

Debe reconocerse la función de las agencias que han contribuido a la nominación, salvaguarda y estudio del patrimonio edificado puertorriqueño, mediante diversas herramientas jurídicas y técnicas. Estas son: la Junta de Planificación (1942), el Instituto de Cultura Puertorriqueña (1955), a través de su división especializada (hoy denominada Programa de Patrimonio Histórico Edificado) y la Oficina Estatal de Conservación Histórica (1985), creada en cumplimiento con la National Historic Preservation Act de 1966. Finalmente, desde el ámbito civil, en 2006 se constituyó el capítulo local de Docomomo, formalizando el interés de profesionales, académicos y la comunidad por la valoración del patrimonio arquitectónico y urbanístico contemporáneo. Este movimiento tuvo como antecedente emblemático la defensa del Hotel La Concha en El Condado, obra icónica del Movimiento Moderno local, diseñado por Osvaldo Toro, Miguel Ferrer y Luis Torregrosa (1956-58), cuya demolición fue evitada gracias a la movilización ciudadana, destacando la participación del Colegio de Arquitectos (Anónimo, 2019).

La conservación del patrimonio edificado religioso contemporáneo representa un desafío en un contexto marcado por los efectos acumulativos de la dependencia, que han limitado el desarrollo local y afectado la planificación territorial y la calidad de vida del país. El modelo neoliberal y la crisis fiscal han reducido la inversión en la conservación, lo que agrava la vulnerabilidad de los templos contemporáneos, dificultando su mantenimiento. Esta situación se refleja en la migración masiva y el envejecimiento poblacional, factores que reducen la capacidad comunitaria para sostener proyectos de rehabilitación.

En la actualidad, se están desarrollando numerosos proyectos de rehabilitación, reconstrucción y restauración, incluyendo inmuebles destinados al culto, tanto protestantes como católicos (Medina 2025). Sin embargo, los casos más significativos de la etapa contemporánea carecen de una designación oficial como patrimonio, lo que confirma una brecha crítica entre la práctica de la conservación y la valoración patrimonial.

Conclusiones

La investigación de conjunto propone una lectura crítica que articule las exigencias teológicas y arquitectónicas del diseño postconciliar. Como señala Fernández-Cobián, éste debiera constituirse en una «respuesta creativa y crítica a las exigencias litúrgicas, pastorales y culturales de cada comunidad» (2018, 17), lo que refuerza la pertinencia de considerar estas obras como un patrimonio vivo.

El análisis confirma que la arquitectura religiosa moderna en Puerto Rico, desarrollada entre 1925 y 1975, es un testimonio significativo de la transición entre tradición y modernidad en contextos periféricos. Las quince parroquias estudiadas ponen de manifiesto cómo la reforma litúrgica, el lenguaje arquitectónico moderno y la innovación tecnológica se articularon para responder a las exigencias pastorales del siglo XX. Los resultados obtenidos —a partir del estudio en cinco dimensiones y la identificación de cuatro arquetipos proyectuales— permiten establecer fundamentos para su valoración patrimonial y proponer referencias de diseño que integren criterios funcionales, simbólicos y comunitarios.

El trabajo aporta una interpretación crítica que trasciende la descripción tipológica, revela la compleja interacción entre factores socioculturales, teológicos y técnicos. Asimismo, abre líneas de investigación comparativa en el ámbito latinoamericano —incluyendo estudios multiconfesionales—, y plantea la necesidad de incorporar estas obras a inventarios patrimoniales locales e internacionales como Docomomo. La falta de designación oficial y la presión inmobiliaria evidencian la urgencia de implementar estrategias efectivas de protección. Garantizar su conservación y revalorar su pertinencia como patrimonio constituye un desafío impostergable que demanda estrategias integrales, articulando acciones profesionales, instituciones y comunitarias.

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Procedencia de las imágenes

Fig. 1-2, 5, 8-23: Archivo del autor.

Fig. 3. Jade Radke, fotografía, 1944. Colección de Puerto Rico Historic Building Drawing Society.

Fig. 4. Luis Daniel Rivera-Prieto (Find a Grave).

Fig. 6. Revista Urbe.

Fig. 7. Archivo de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe.

Notas



[1] Tomado del texto del símbolo de la fe del Primer Concilio Ecuménico de Nicea, en su versión latina, cuya efeméride de 1700 años se celebra en 2025. Alude al reconocimiento de lo creado como parte de la relación con la divinidad en la tradición judeocristiana.

[2] La investigación doctoral analiza quince parroquias construidas entre 1947 y 1997 en la sede metropolitana de San Juan —la más antigua, numerosa en jurisdicciones parroquiales y en fundaciones de órdenes religiosas—, aplicando inventario, estudio tipológico y valoración patrimonial. El marco temporal se vincula a la Mediator Dei y a las primeras normas litúrgicas de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña, bajo los episcopados de Davis y Aponte Martínez.

[3] El Santuario Nacional de Nuestra Señora, Madre de la Divina Providencia, en el barrio Cupey, San Juan (Rodolfo Fernández Ramírez, 2003).

[4] El Registro Nacional de Lugares Históricos (National Register of Historic Places, NRHP) a cargo del Departamento del Interior de los EE.UU., incluye los recursos culturales para su identificación y protección, cuya gestión se articula mediante el sistema de oficinas estatales de conservación histórica.

[5] El documento sujetó la diócesis de Puerto Rico directamente a la Santa Sede y al marco pastoral del Concilio Plenario de América Latina de 1899.

[6] Las diócesis que se fundaron a partir de 1960 fueron: Arecibo y la prelatura de las Islas Vírgenes (1960); Caguas (1964), Mayagüez (1976) y Fajardo-Humacao (2008).