
DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 43
Digilec 9 (2022), pp. 41-63
Nuestra disidencia con este panorama es resultado de aceptar a modo de axiomas
determinadas tesis propuestas por Bosque y Gallego, una de ellas —la segunda— solo
parcialmente. La primera es la de que lengua y literatura deben ser abordadas como
contenidos distintos y, por consiguiente, en asignaturas diferentes en los planes de estudio
de la Enseñanza Secundaria
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. Por supuesto, no se trata de ningún menosprecio a los
estudios literarios, sino de diferencias evidentes (cf. Bosque, 2015b; Bosque y Gallego,
2016, pp. 70-71 y 2018, pp. 182-187). Así, tal y como plantean estos autores: a) cuando
se estudia literatura —como pasa con cualquier arte—, el objeto de interés es siempre un
objeto particular y único, pero, cuando se estudia lengua, como en las ciencias naturales,
el objeto de interés no son objetos particulares y únicos, sino representaciones mentales
de muchos objetos particulares (por ejemplo, la oración de relativo explicativa como
representación de todas las subordinadas posibles de este tipo)
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; b) cuando se estudia
literatura, los datos negativos o anómalos carecen de relevancia didáctica, aunque, cuando
se estudia lengua, este tipo de datos sí son relevantes desde el punto de vista didáctico,
como muestra la comparativa entre una estructura gramatical y otra que no lo es, y c)
cuando se estudia literatura, la progresión didáctica no se liga a la complejidad de los
datos analizados, sino a los periodos históricos y a la tipología de géneros literarios,
mientras que, cuando se estudia lengua, la progresión didáctica debería ligarse —si bien
no es esto lo que se hace en la Enseñanza Secundaria— a la complejidad de los datos.
Concretamente, a la complejidad de las unidades de análisis: primero las unidades más
simples, luego, las más complejas
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.
El segundo axioma parte de la idea, aceptada por Bosque y Gallego, de que la
lengua no puede caracterizarse como un instrumento de comunicación externo a los
hablantes. Para estos autores, la lengua no es un instrumento que se usa, sino una parte
esencial de la naturaleza humana, un sistema interno a los individuos en cuanto tales, y
no en cuanto miembros de una sociedad (cf. n. 5), que, frente a las propuestas
estructuralistas, no siempre tiene por qué tener una finalidad comunicativa, pues, dicen,
podemos articular lingüísticamente nuestro pensamiento sin necesidad de transmitirlo a
receptor alguno (cf. Gallego, 2016, pp. 154 y 157, y Bosque y Gallego, 2018, p. 160).
Con el fin de no entrar ahora en la discusión entre generativistas y estructuralistas
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Esta separación estuvo vigente por última vez en los planes de estudio de BUP y COU conforme al sistema
educativo establecido por la Ley 14/1970, de 4 de agosto, General de Educación y Financiamiento de la
Reforma Educativa (cf. Gutiérrez, 2021, p. 35, n. 5).
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En tanto que, como veremos más adelante, para Bosque y Gallego —cuyo pensamiento se fundamenta en
los postulados del generativismo— el sistema lingüístico es mental porque pertenece a la mente humana
(la lengua-I, frente a su actualización o manifestación externa, la lengua-E, cf. Chomsky, 1986, pp. 21-24,
y 1991, p. 9, y Chomsky y Lasnik, 1995, pp. 15-17), para algunos autores del ámbito del estructuralismo
funcional, caso de Coseriu (1967b, pp. 141-145, 168-171, 194-197, 199-200, 210-211, 220 y 231-232 y
1967a, pp. 15-16) y (1983, pp. 23-24), el carácter mental de la lengua viene dado no solo por pertenecer a
la interioridad de la conciencia de los hablantes, sino también por ser, al mismo tiempo, resultado de un
proceso de formalización mediante la abstracción a partir de la actividad concreta de hablar y su producto,
y del conocimiento que el lingüista tiene sobre la lengua que estudia. La diferencia entre las ciencias de la
cultura, caso de la Lingüística, y las ciencias de la naturaleza estriba en que las primeras formalizan
productos de la mente humana. Las segundas formalizan fenómenos no creados por el hombre (cf. también
Coseriu 1981, p. 59). No entramos ahora en esta discusión.
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Punto de vista opuesto es el de Coseriu (1987), para quien no es posible separar la enseñanza de la lengua
y la literatura porque ambas constituyen una forma única de cultura, aunque como dos polos diferentes de
esa forma.